Los inventos del TBO como solución a la crisis


Melitón Cardona (*)


En época de crisis como la que padecemos y padeceremos, creo que conviene echar una mirada retrospectiva a los grandes inventos del tebeo del Profesor Franz de Copenhague por si nos sirven de inspiración en esta tesitura de tantísima tribulación; están todos al alcance del nivel tecnológico de nuestro país y ofrecen la ventaja de poder atraer a millones de consumidores hasta ahora atontados por un bienestar anestésico light pero hoy alarmados por la magnitud de la tragedia económica y susceptibles de consumir no los productos más necesarios, sino los más estúpidos que la mente humana es capaz de concebir.


Quiero evocar aquí la “bicicleta refrigerante para los días calurosos” (que incorporaba un recipiente de aluminio conectado a una ducha que funcionaba al pedalear, refrescando al ciclista), la moto-fuelle (que accionaba el motorista con los pies para que el aire expulsado impulsara una hélice y ésta comunicara el movimiento a la rueda posterior); la “pistola automática lanza tapones de champaña” (que imitaba el taponazo de una botella de espumoso y hacía morir de envidia a los vecinos pobres), un aparato para destilar vino con zapatos viejos, un procedimiento inigualable para descargar mercancías con el concurso indispensable, aunque escaso, de jirafas, el practiquísimo coche salta-vallas, un alambicado aparato limpia-narices, los huevos con cáscara de cristal, los melones cuadrados, el inigualable sombrero-jaula, un ingenioso mecanismo “anticabelloenlasopa” y un deslumbrante artilugio para brindar en mesas grandes que sólo rivalizaba con el megaesquí familiar compartido y solidario. (Es sabido que la familia que esquía unida permanece unida). Había otros de menor entidad, pero también meritorios: un pulmón para trompetistas, la cuchara aireada, un borrador mecánico de pizarras, etc.


Aunque no parece que nadie pueda desear vivir en un mundo en que la garantía de no morirse de hambre entrañe el riesgo de hacerlo por aburrimiento, vaya usted a explicar esta tesis a un ex rhodesiano hambriento. Me permito recordar al lector que Zimbabwe y Mozambique disfrutaban de tres cosechas al año en la época de su ominosa experiencia colonial. Por cierto: el 96 por ciento de la población de Zimbabue ya está en paro y, por lo visto, trae más cuenta limpiarse allí el trasero con dólares locales que con papel higiénico, un prodigio económico, inédito hasta ahora, en el mundo proceloso de la teoría económica; ahora bien, no hay que desanimarse porque todo es contingente y yo confío mucho en la capacidad de superación de los impagables caudillos iberoamericanos, de manera que si me aseguran que en algún país del continente hermano aparecen grafitti afirmando que el personal “está harto de realidades y quiere promesas” me lo creeré, más que nada porque no será la primera vez que proliferen, como ya lo hicieron en la Argentina del corralito.


Lo dicho: conviene que nuestra emprendedora clase empresarial eche la vista atrás y en lugar de atenerse a esa ultratecnología tan rentable consistente en que oriundos sudorosos de otras latitudes peguen ladrillos con cemento, encuentren inspiración en épocas remotas de la post guerra civil en la que fueron posibles el biscúter, el gasógeno y tantas otras manifestaciones del ingenio patrio, incluido el timo de la estampita, hoy tan de actualidad en los más selectos círculos financieros de ultramar. Amén.



(*) Diplomático.

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