Disparar con pólvora del Rey


Melitón Cardona (*)


A principios de los años setenta, estando destinado en nuestra embajada en Oslo, cometí la torpeza de adentrarme en la contabilidad de un Hogar del Marinero que el Instituto español de Emigración mantenía en aquel puerto de mar y descubrí, con cierto asombro, que si se hubiera suprimido el tal hogar cada marinero que había optado por alojarse en aquel antro cutre hubiera podido hacerlo en el Grand Hotel de la ciudad (un cinco estrellas de las de verdad), en una suite de lujo y a mesa y mantel, con desayuno, almuerzo, cena y más de una copa incluidos. Los gastos corrientes del mentado “hogar” -sueldos de los paniaguados que lo regentaban pro domo sua, alquiler del local, tasas, calefacción, electricidad, más los que se inventaba un contable creativo- eran de tal calibre que el coste diario por marinero alojado superaba con creces el de la estancia en el citado hotel.


Fue la primera vez que comprendí el alcance de la expresión "disparar con pólvora del Rey". Al parecer, en los tercios españoles la pólvora la solía pagar el soldado de su propio bolsillo aunque, en ocasiones, como en casos de asedio, se podía obtener pólvora de los polvorines de artillería y entonces se disparaba con "pólvora del Rey", o sea, mucho más alegremente. Esta expresión ha llegado hasta nuestros días y se dice que se dispara con pólvora del Rey cuando no se tienen en cuenta los gastos o riesgos de una empresa o proyecto porque corren por cuenta de otro.


El lector perspicaz habrá adivinado que todo lo anterior viene a cuento del proyecto de crear una facultad de Medicina en la Universidad de las Islas Baleares. Vivo ahora en un país pequeño pero próspero, en el que el dinero público es objeto de un escrutinio minucioso; tanto, que hace ya tiempo que sus políticos han descubierto que quien desee cursar determinados estudios puede hacerlo cómodamente, a mesa y mantel, pero, eso sí ... en el extranjero, simplemente porque le sale muchísimo más barato al Erario.


En nuestro caso balear, ni siquiera haría falta ir al extranjero; bastaría con desplazarse a Valencia, Madrid, Santiago de Compostela o Zaragoza, pero es muy probable que el estudiante autóctono echara de menos la cálida sobrasada, la untuosa ensaimada o el espléndido arroz de caracoles con hierbas que prepara su mamá. ¡Pobrecito! ¡Qué tremenda crueldad privarle de tanto bienestar anestésico para someterlo a tanta incomodidad! Es más, el caso es que incluso tendría que verse obligado a hablar una lengua exótica con la que sólo se comunican más de quinientos millones de personas y a tratarse con gente ruda y desconsiderada que jamás ha tenido la fortuna de conocer las bondades excelsas de nuestro inigualable clima, las de nuestras nutritivas sopas y las de nuestra peculiar versión siciliana de la ética que tanto entretiene, últimamente, a fiscales diligentes.


Siempre he pensado que el Estado de las autonomías podría haber sido un activo en nuestra andadura histórica si se hubiera guardado cierta mesura en su configuración. La descentralización es oportuna cuando beneficia al ciudadano y muy inoportuna cuando cercena sus derechos individuales en el altar de discutibles particularismos, generalmente inventados.


Admiro a los políticos que se proponen objetivos tan limitados como los de aquel parlamentario inglés que, instado por un periodista a resumir su paso por el Parlamento de su país, le confesó con toda modestia que “cuando empezó la pasada legislatura había ocho causas de exención del servicio militar: ahora hay seis”. El tiempo dirá si fue una idea sensata transferir competencias en materia de educación. Pero, volviendo a nuestra futura “Facultat de Medicina de les Illes Balears”, qui prodest? y, sobre todo, ¿cuánto cuesta? Son dos preguntas clave. La segunda tiene fácil respuesta: basta con saber dividir el coste global del invento por alumno. Así de fácil. La primera no lo es tanto, porque hay más aprovechados de guante blanco de lo que uno imagina y la posibilidad de convertirse en docente debe obnubilar a más de uno de entre los peores.


Quede claro que no debe excluirse la viabilidad del proyecto si sus patrocinadores están en condiciones de justificar su oportunidad y rentabilidad social con cifras de costes, número de alumnos, demanda local de médicos por especialidades, proyecciones a medio y largo plazo, etc. Aún así, tengo entendido que en este momento estudian medicina fuera de las islas veintiocho mallorquines, de manera que no parece tarea fácil justificarlas; claro que otros argüirán que si hubiera una facultad de Medicina la cifra aumentaría y es cierto: tal vez habría casi tantos aspirantes a alumnos como a profesores.


(*) Diplomático. 


Publicado en Diario de Mallorca en 2015.


PS. En la actualidad tiene 70 alumnos y 202 profesores, según datos de la web de la facultad. Sobran comentarios.

Comentarios

  1. Lo mismo ocurrió en Canarias, con el añadido de que ya existía una universidad consolidada en La Laguna. Unas becas generosas y unos cuantos más colegios mayores habrían logrado una universidad más cualificada y mucho más barata. Pero oh inteligencia! había pleito insular. Gran Canaria no iba a ser menos que Tenerife. Lo curioso es que grandes cabezas, y no lo digo con sorna, defendieron el proyecto de dos universidades, y lo siguen defendiendo... bendita autonomía que nos proporciona independencia, libertad, diversidad y otras bondades... aunque a costa de que sea el rey quien pague la pólvora...

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