Estridencias desinventosas 

Mia Couto 

Traducción del portugués de M. Cardona

Estaba yo dispuesto a escribir una crítica más cuando recibí la orden: prohibido inventar palabras. Como no soy belicoso, lo dejé correr: sígase el código y calendario de las palabras, le lengua gramatical y lexicógrafa. La orden era incluso preguntona: "¿acaso ya no queda respeto por la lengua materna?"

No es que yo tuviese la intención de inventar palabras, sobre todo porque pienso que las palabras no se inventan, sino que se descubren, pero la orden me dejó desfeliz. Primero, ¿para qué meter mano en el tema? ¿Acaso soy yo hijo de la lengua? Si nací, incluso inicialmente, fue de duplo servicio genético, una obra maestra. Segundo, soy hombre obediente al Mando; por resumir, soy obedientoso. Cuando escribo, miro la frase como si fuera más balalaika que guitarra portuguesa, o sea, con muchísimo respeto. La mía es una escritura disciplinada: se levanta para tomar la palabra al principio de las oraciones. Se mayusculiza deferentemente y, en cada frase, se arrodilla ante las comas. Nunca pongo tres puntos para no pecar de insinuador. Escrita así, peinada y abrillantada, no tiene ni sexo. Ahora bien, acusarme de inventor, eso sí que no, porque conozco perfectamente el peligro de la imagináutica. Cada dos por tres basta una letra para alterarlo todo. Una pequeña "b" cambia "año" por "baño". Una simple "f" cambia "útil" por "fútil" y tantos otros infinidables ejemplos.

A fin de cuentas, el que imagina es porque no se conforma con el estado actual de la realidad y nosotros debemos ser para la realidad como baldosas para las paredes: de línea precisa y arista medida. Hay que embaldosar al hombre con tendencia a la imaginescencia.

Volviendo a la lengua fría: ¿no será que el portugués ya está completo, made in Portugal y brutal? ¿Por qué esta manía de hollar caminos levantando polvaredas sin la debida dirección? Los caminos civilizados son los que

cuentan con policía y sirenas para sirenar el tráfico. De no ser así, se intransitan las vías y cada uno conduce más por impulso que por obediencia.

Se lesiona la decencia, lo que de purasangre tiene el idioma y ¿por qué?: por causa de esas contribuciones dispérsicas que llegan a la lengua sin expediente previo ni orden de marcha. A la entrada de la lengua debería exigirse un boletín de inspección en puestos de control vigilanciosos. Si se crearan tales puestos, yo mismo me voluntaría. Una especie de milicia de la lengua, con brazaletes ad hoc, que detuviera a parlantes y escribientes para revisarles el vocabulario e inspeccionarles el baúl de su gramática.

- ¿De dónde ha salido esta palabra?
E incluso antes de la respuesta yo, arrogancioso,

diría:

- No puede proseguir. Déjelo todo aquí en el puesto.

Los quejosos reclamarían en la sección de cartas al director y yo, abusando de mi condición de abusador, me reiría de ellos, pero sin divertirme de alma entera porque la vida es una enorme fábrica de imaginieros y hay muchas entradas para tan pocos puestos vigilentos.

Pero, escribiendo "deter gente" me acuerdo de "detergente". Lo digo en serio. Un producto susceptible de expurgar la lengua de máculas e impurezas. Se coge el idioma, se lava a fondo y se desinfecta. Después, para que no se pudra, se conserva frigorificado en hielo, porque lo de hablar o escribir ha de hacerse dentro de ciertos márgenes, como los de un río manso y leve, tan educado que ni remueve los lodos del fondo; un río que fluye con esa eterna transparencia que, verdad autogafada, sólo la muerte posee. Sea, pues, la pureza aportada por la muerte y por ella conservada.

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