Sobre la aristocracia

Melitón Cardona


Aunque el término "aristocracia" signifique literalmente "gobierno de los mejores", hoy alude principalmente a la "clase noble de una nación … de carácter hereditario", como señala el Diccionario de la Real Academia; ese carácter hereditario la diferencia radicalmente de las minorías selectas (élites, en francés). 

Chateaubriand, que era vizconde, afirmó que "la aristocracia pasa por tres edades sucesivas: la de las superioridades, la de los privilegios, la de las vanidades: surgida de la primera, degenera en la segunda y se extingue en la tercera". Se equivocó y no fue el único. En 1941, George Orwell predijo que el paisaje de la posguerra vería el fin de la "anciana en Rolls-Royce", mientras las residencias campestres de la aristocracia inglesa se convertirían "en campamentos para niños". Evelyn Waugh pensó lo mismo y "Brideshead Revisited" (1945), que comienza con la gran mansión mencionada en el título convertida en campamento militar, fue explícitamente señalada como elegía de un mundo moribundo.

Desprovista de privilegios y despojada de poder político (salvo, en cierta medida, en el Reino Unido), su pervivencia en las sociedades democráticas -y más aún en las repúblicas- es fenómeno digno de estudio. Así, en Francia hay hoy, aproximadamente, el mismo número de nobles que en 1789, unos 100.000, hasta el punto que hay quien la ha calificado como "la República más monárquica del mundo". Suprimida formalmente en Alemania por la constitución de Weimar, la nobleza sigue disfrutando de gran prestigio social en la república federal. Una disposición legal única en Inglaterra y Gales ha sido de particular importancia para los terratenientes aristocráticos: a lo largo de los siglos construyeron millones de casas, bloques de mansiones y pisos, que vendían en régimen de leasing y no en el de propiedad absoluta. Esto significa que los compradores no estaban adquiriendo la propiedad directamente, sino simplemente un derecho de uso limitado en el tiempo, tras el cual el propietario del dominio absoluto, recupera la propiedad cuando se acaban los contratos (que en algunas zonas del centro de Londres no duran más de 35 años). Así, la riqueza de la aristocracia británica sigue siendo enorme. Según un informe de 2010 de Country Life, un tercio del suelo británico sigue perteneciéndole. A pesar de la extinción de algunos títulos y de ventas de tierras a principios del siglo XX, las listas de los grandes terratenientes aristocráticos de 1872 y 2001 siguen siendo bastante similares. Pero la riqueza no es hoy el rasgo universalmente definitorio de la aristocracia.

¿Tiene hoy sentido la reivindicación aristocrática de singularidad y excelencia? Fundada en el principio hereditario, prolongando el recuerdo de privilegios y apegada a la permanencia de ciertos usos, parece en completo desacuerdo con la cultura dominante que exalta la aspiración igualitaria. Sin embargo, continúa entreteniendo el imaginario colectivo y suscita un reflejo de fascinación incluso en personas de fuertes convicciones igualitarias. El secreto de la supervivencia de la antigua aristocracia a través de los siglos puede deberse a la mística de grandeza que sus miembros cultivaron y, sin embargo, el de su existencia moderna es cierta tendencia a la discreción, cuando no a la invisibilidad.

Aun cuando el carácter hereditario sea consustancial a la nobleza, conviene tener en cuenta que en muchas ocasiones tal nobleza se ha adquirido mediante trayectorias de excelencia por personas que no pertenecieron a ella por nacimiento, de manera que entre aristocracia y minorías selectas hay ciertos vasos comunicantes, como lo prueban los frecuentes matrimonios de miembros de la aristocracia de sangre con los de la financiera.

Sea como fuere, los nobles tuvieron una función en la sociedad estamental: esa función producía, por un lado, unos privilegios -económicos, judiciales, etc.-, y por otro, la creencia no sólo en sus particulares mitos, sino en la utilidad de su función. Esa creencia en la función encierra aspectos de notable interés en tanto en cuanto se suponía que la nobleza estaba al servicio de la sociedad según su función y sus privilegios tenían una finalidad, cual era asegurar la supervivencia de la nobleza como grupo, para que pudiera cumplir la función social encomendada. La vida del noble quedaba exenta de riesgos económicos para poder dedicarla a tareas más importantes, según una idea de raigambre muy antigua. Por otra parte, en la medida en que el ideal de la nobleza pudiera identificarse con el ocio, éste se presentaba como la posibilidad de entrenarse en el oficio de las armas, de estar disponible para las empresas de los monarcas y de poder mantener unas relaciones sociales que permitieran la comunicación entre iguales, necesaria para la cohesión del estamento.


Cualquier grupo social que se eleva a sí mismo y a sus miembros individuales mediante un nivel de empeño destacado, prospera si concibe una organización a través de la cual realizar su trabajo. Con el paso de las generaciones, los individuos heredan esta dotación comunal como facultad personal. En cierto punto de su intensidad, esta facultad desarrolla un dinamismo, una virtud autoexistente para perpetuarse. Al mismo tiempo, la riqueza, a través de las generaciones, desarrolla una seguridad subconsciente. Siglos de riqueza acompañados de siglos de educación cristalizan en una cultura de la excelencia que, una vez desarrollada, no se pierde fácilmente. Tal vez en ello resida el secreto de la pervivencia de la aristocracia en el mundo contemporáneo.


PS. Me señala el Marqués de Tamarón que no es cierto que la República de Weimar aboliera los títulos nobiliarios alemanes. Tiene razón y pido disculpas por mi error.

Comentarios

  1. Talleyrand decía: La aristocracia es algo en que se debe pensar constantemente, pero nunca hablar de ello. (consejo para aristócratas) (toujours y songer mais ne jamais en parler)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog