EL ESPLENDOR DEL PASADO


"Como el pasado ha dejado de iluminar el futuro, vagamos en la sombra"

 (Alexis de Tocqueville, 1805-1859).



Está indignado porque el tráfico ha hecho que llegara a la taberna tardísimo, casi al anochecer.


Sentado bajo el emparrado y esperando con impaciencia que algún servidor se digne saciar su sed con algún vino que el patrón no haya aguado en demasía, comenta que no logra comprender cómo la Autoridad no trata de poner fin a la anarquía rodada que amenaza a la urbe con una parálisis inminente. Ya no es posible circular con un mínimo de fluidez: impera la ley del más fuerte y los conductores hacen lo que les viene en gana sin guardar la menor consideración con los peatones. Quién más quien menos desea trasladarse sobre dos o cuatro ruedas y las congestiones son una pestilencia cotidiana que debería resolverse civilizada y armónicamente.


La parroquia se despabila unánime y empieza a despotricar contra los ediles, que por lo visto andan más atentos al medro personal que al del municipio. Hay quien asegura que circulan por ahí determinadas tablas de sobornos: tanto por conseguir un permiso, tanto por obtener aquella licencia. Uno declara que es una auténtica vergüenza y otro que lo que no hay es dignidad. Faltan soluciones draconianas, añade un tercero sin encontrar contradicción ...

Anochece.


Al menos hace un poco de fresco y le parece como si las mudas hojas de las viñas, piadosas con las miserias humanas, quisieran trasmitirle un cariño húmedo y extrañamente fraternal. Ha decaído la conversación; un contertulio intenta suscitar el tema de la polución, pero su intento no cuaja y se instala un silencio moroso y complaciente. Nadie desea hablar de los efluvios pestilentes que planean sobre el perímetro urbano por mor de un ansia de lucro antes desconocida ... Él se pregunta si no nos hallaremos en el umbral de una barbarie inhóspita e inédita.


El fámulo acaba de ponerle sobre la mesa su segunda copa de vino con cierta displicencia. Se lo decía su madre apenas hace unos días: la clase servil está imposible y no se ve adónde irá a parar con sus chuscos afanes de homologación. 


Es cierto. Lo que ocurrió ayer en el estadio parece retrotraernos a tiempos remotos en que la violencia imperaba por doquier; resulta increíble que fenómenos tan degradantes puedan darse hoy en día: doscientos cadáveres en las gradas.¡Ahí es nada! Arrogancia británica o germánica frente a mesura latina. Dicen que fueron los británicos los que empezaron, pero él ya no puede juzgar; hace tiempo que ha dejado de ir al estadio porque detesta las aglomeraciones cada vez más. Cualquier manifestación atlética se ha convertido en pretexto para la anarquía; la gente, sobre todo los jóvenes, está dispuesta a morir por una divisa de colores, por un estandarte o por unas meras siglas, sin guardar mesura.


¡Parece mentira!


Cuando él era más joven, las cosas no eran así. No, señor. ¿Cómo iban a serlo? Todo ha cambiado radicalmente y lo más curioso es que la mayoría parece no querer percatarse. Sin ir más lejos, hoy el vino está claramente aguado y observa consternado que ha subido de precio. Pero nadie, lo que se dice nadie, parece dispuesto a frenar estas constantes subidas: la inflación galopa a sus anchas y acabará arruinando a todo el mundo salvo al puñado de especuladores que se relaciona con el poder, claro está.


La ciudadanía clama por el retorno a una seguridad cada vez más precaria. Le preocupan los precios y la contaminación, se siente incómoda en un tráfico imposible y teme el vandalismo juvenil que se ha adueñado de la calle. Curioso fenómeno éste. Como alguien no ponga coto a esas bandas sobreexcitadas de muchachos que saquean la ciudad después de cada acontecimiento deportivo, ¡apañados estamos! Las pasiones que este tipo de acontecimientos suscita desafían toda medida: ayer fueron doscientas víctimas en el estadio, mañana ¿quién sabe lo que depararán las confrontaciones? Esa manía de la uniformidad, esa tendencia borreguil al atuendo uniforme, esa servidumbre de las modas extranjeras, ¿adónde nos conducirán?


¡Cómo están los tiempos!


Las mujeres han perdido el pudor. Basta ver sus atuendos para constatarlo. Ahora que hay laxitud indumentaria, hasta los venerables sacerdotes frecuentan abiertamente los prostíbulos y el dinero se ha erigido en dios de una sociedad sin norma ni ley. 


¡El dinero! Ése es el mal. Ya no queremos guiarnos por imperativos nobles; priva la fiebre del metal vil y la especulación reina en nuestras urbes, que van afeándose progresivamente mientras los poderes públicos contemplan la erección impune de edificios monstruosos, sin canon ni norma, incompatibles con nuestra dignidad, verdaderos palomares infectos convertidos en meras fuentes de lucro y de especulación.


Y ¿qué decir de la contaminación sonora?


Hasta este idílico rincón, santificado por los báquicos sarmientos, llega el runrún urbano, metálico y abrupto, hecho de mil chirridos evitables que sólo una locura colectiva hace parecernos normales.


¿Normales? ¿Acaso en tiempos pasados fue aceptable ese guirigay sonoro que hoy suplicia nuestros tímpanos y socava nuestra tranquilidad sin que nos percatemos? ¿Cómo es posible permitir ese gigantesco murmullo cotidiano que persiste hasta altas horas de la noche sin tregua ni reposo?


Dirán que es el progreso; pues bien; si esto es el progreso, cualquier tiempo pasado fue mejor.


Lo cierto es que prefiere rumiar todos estos pensamientos. La parroquia está hoy remolona y no tiene ganas de tertulia: por su parte, él ha tenido un mal día en la tienda y un poco de silencio bajo el emparrado le hará bien. Hay pocos motivos para sentirse feliz: el mundo se envilece y su futuro es incierto.


De repente, estalla un gran revuelo. Oye gritos, bocinas y el murmullo de un enorme alboroto.


Se asoma a la barandilla.


Un esclavo nubio histérico anuncia que a la hora sexta va a pasar el cortejo del Emperador, de camino al Senado. 

"¡Cerrarán la Vía Apia, llegaré tarde al cubículo y mañana el liberto Euclapio volverá a azotarme despiadadamente a poco que vuelva a descuidarme con la bolsa de los sextercios …!"


El presente es incierto y el futuro también. Sólo queda el consuelo del esplendor del pasado.

Comentarios

  1. ¿Seguro que ese texto se escribió hace dos siglos? Poco han cambiado los tiempos… muy poco…

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  2. El texto es contemporáneo y alude a veinte siglos atrás. La cita es de hace dos siglos.

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    1. Muchas gracias por la aclaración. Mis disculpas por la confusión.

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