Errores de cálculo occidentales sobre Rusia

El fracaso de la Resolución sobre Ucrania en el Consejo de Seguridad llevó a una sesión de emergencia de la Asamblea General de la ONU, en la que el 2 de marzo 141 de los 193 Estados miembros -casi una mayoría de tres cuartos- votaron a favor de una resolución titulada "Agresión contra Ucrania ". La resolución A/ES-11/L.1 pide un "alto el fuego inmediato" seguido de una "retirada incondicional y completa de todas las fuerzas rusas del territorio de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas". Aparte de Rusia, sólo Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea votaron en contra. Entre los 35 Estados que se abstuvieron figuran China, India e Irán, así como países como Cuba y Nicaragua, que en general habían apoyado la posición de Rusia en votaciones anteriores.


En la Asamblea General, el voto a favor de esta resolución también fue claro porque la orden de ataque de Putin se dio durante la reunión de emergencia del Consejo de Seguridad, que quiso evitar la guerra a última hora de la noche del 23 de febrero. Tal provocación sin precedentes fue percibida por muchos Estados miembros como una grave afrenta a la Organización mundial.


Un "veredicto de culpabilidad" tan claro por parte de la Asamblea General de la ONU en un conflicto internacional armado es extremadamente raro. Según la Carta de la ONU, la "responsabilidad principal" de una "amenaza" o incluso de un "quebrantamiento de la paz y la seguridad internacional" corresponde al Consejo de Seguridad. Cuando el Consejo de Seguridad no pudo ejercer esta responsabilidad en 1950, durante la Guerra de Corea, bloqueada por el veto de la Unión Soviética, la Asamblea General asumió esta responsabilidad. El 3 de noviembre de 1950, a petición de Estados Unidos y Gran Bretaña, aprobó la Resolución 377 A ("Unidos por la paz"). De este modo, se creó el mecanismo de una sesión extraordinaria de emergencia en caso de bloqueo de la resolución. Sólo ha habido once sesiones especiales de emergencia de la Asamblea General desde 1950. Sin embargo, la Resolución sobre la guerra en Ucrania fue sólo la tercera vez que la Asamblea General condenó a un miembro del Consejo de Seguridad y todas golpearon al gobierno de Moscú: la primera en enero de 1980 tras invasión soviética de Afganistán; la segunda en marzo de 2014, cuando condenó la anexión rusa de Crimea por 100 votos a favor, 11 en contra y 58 abstenciones. Esto nunca había ocurrido con las tres potencias de veto occidentales en el Consejo de Seguridad, es decir, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia: en la guerra de Vietnam de EE.UU. (1964-1975), en la de Francia en Argelia (1954-1962) o en la participación británica en la guerra de Irak de 2003.


Las referencias de Putin a las violaciones del derecho internacional por parte de los Estados occidentales, sobre todo en el caso de la guerra de la OTAN en Kosovo, que se inició sin mandato de la ONU son ciertas. La OTAN utilizó por primera vez medios militares para resolver conflictos políticos en 1999 con su guerra aérea contra Serbia y Montenegro que violó el derecho internacional. Además, al reconocer la secesión de Kosovo, Occidente abandonó el principio según el cual las fronteras no pueden modificarse por la fuerza.


Las críticas rusas a las decisiones erróneas y a los fracasos de los Estados occidentales desde el final de la Guerra Fría, y especialmente al hecho de que no hayan cumplido sus promesas -aunque no escritas- a Moscú de no ampliar la OTAN hacia el Este, también deberían tomarse en serio. Más allá del nivel de la moral y el derecho, existe también el de las percepciones y consideraciones de la Realpolitik. Ya el Ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, Evgenii Primakov, ucraniano por cierto, publicó en 2009 "Un mundo sin Rusia. Las consecuencias de la miopía política" en el que advertía del error de enterrar demasiado pronto a Rusia, advirtiendo que el proceso de ampliación de la OTAN tenía como objetivo "no tanto contener a Rusia como debilitarla" y señalaba que había avisado repetidamente tanto a Madeleine Albright como a Strobe Talbott que "la entrada de las ex Repúblicas soviéticas en la OTAN significaba para los rusos cruzar la línea roja". Le aseguraron que no sucedería pero sucedió. Con la invasión de Ucrania, Putin ha hecho lo que el diplomático e historiador estadounidense Kennan predijo cuando se desintegró la Unión Soviética.


El clarividente análisis de aquel veterano de la Guerra Fría, que por entonces tenía más de 90 años, apareció en el "New York Times" en 1997 bajo el título "Un error fatídico" y supuso una advertencia: "Una expansión de la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la Guerra Fría. No sólo "alimentaría las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas de la opinión rusa" y, por tanto, "tendría efectos negativos en el desarrollo de la democracia rusa" sino que también "devolvería la atmósfera de la Guerra Fría a las relaciones Este-Oeste e impulsaría la política exterior rusa en direcciones que serán decididamente desagradables para nosotros". También el tan denostado Trump advirtió en el mismo sentido.


Un cuarto de siglo después, la pregunta sigue siendo qué ha aportado Occidente para que un "conflicto altamente improbable" sea hoy una realidad. Kennan no era pacifista, ni de izquierdas, ni amigo de la Unión Soviética; hablaba ruso con fluidez y había estudiado la historia de Rusia. Su comprensión analítica de las necesidades e intereses de seguridad de Rusia se basaba en su conocimiento del país y de sus traumas históricos.


Pero no fue sólo Kennan quien advirtió contra una expansión de la OTAN hacia el Este en la década de 1990. Otros diplomáticos y políticos estadounidenses también advirtieron entonces que debían tenerse en cuenta los "legítimos intereses de seguridad" de Moscú. En la Alemania reunificada de 1995, Peter Glotz, antiguo secretario general del SPD, criticó los planes de expansión de la OTAN hacia el Este en un artículo en "Der Spiegel" titulado "Sabrosa estupidez" con argumentos que incluso anticipaban la visión de Kennan: "Se dibuja una nueva frontera arbitraria a través de Europa del Este que refuerza las fuerzas de la Gran Rusia en Moscú, pone en peligro los acuerdos de desarme con la Federación rusa y debilita la capacidad de decisión de la Alianza".


Más allá del apoyo militar, las sanciones económicas son hoy el único medio para reaccionar ante una guerra de agresión. En el caso actual, sin embargo, está por ver lo que las medidas impuestas por EE.UU., la UE y otros Estados contra Rusia desde el inicio de la guerra de Ucrania pueden conseguir a medio y largo plazo, y cuán altos serán los costes para los países sancionadores, en particular para Alemania que, como advirtió Trump, era y sigue siendo excesivamente dependiente del gas ruso.


Desde el final de la Guerra Fría, se habla constantemente de un "orden de paz europeo", pero no existe tal cosa. No puede haber ni habrá un orden de paz sostenible y duradero en el continente que esté lo más libre posible de tensiones y disturbios sin Rusia y, desde luego, no contra ella.


Lo que se necesita urgentemente es una asociación energética a largo plazo con Rusia, por ejemplo, mediante la producción de hidrógeno verde en aquel país que podría exportarse a Europa Occidental a través de oleoductos ya existentes. Esto también sería necesario para reducir significativamente la fatal dependencia de la economía rusa de la explotación y venta de energías fósiles en los próximos 20 años.

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