La vejez 


António Lobo Antunes


Traducción del portugués de Melitón Cardona


Nota del traductor: 


António Lobo Antunes, nacido en Lisboa el primero de septiembre de 1942, es un escritor y psiquiatra portugués que ha recibido el Premio Camões, el de mayor prestigio de la literatura en portugués, la Orden de las Artes y las Letras de la República francesa y muchas otras distinciones. Nació en el barrio lisboeta de Benfica en el seno de una familia de la alta burguesía; su padre destacó como neurólogo y profesor de Medicina y su bisabuelo fue el primer Vizconde de Nazaré. Estudió en el Liceo Camões de Lisboa y se licenció en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Ejerció como médico militar durante la guerra colonial entre 1971 y 1973 en el Este de Angola, una experiencia que evocó magistralmente en sus primeros libros. Tras cumplir con sus obligaciones militares se especializó en psiquiatría, una práctica que ejerció durante algunos años en el Hospital Miguel Bombarda hasta abandonarla por completo para centrarse en la literatura.


Su primer libro, publicado en 1979, fue "Memoria de elefante", que se convirtió en un auténtico fenómeno literario; desde entonces ha publicado 29 novelas y cinco volúmenes que recopilan sus crónicas publicadas semanalmente en la revista Visão.


En mi opinión, es mucho más merecedor del Nobel, (como también lo es el mozambiqueño Mia Couto), que su tosco paisano Saramago, siquiera porque la prosa de los dos es infinitamente superior. Así, por ejemplo, Lobo Antunes ha sido capaz de escribir en su impresionante libro "Conocimiento del Infierno" algo tan deslumbrante como el párrafo que a continuación reproduzco: "Fue en ese momento cuando decidió ser psiquiatra para vivir entre hombres tortuosos como los que nos visitan en sueños y comprender sus frases lunares y los conmovidos o rencorosos acuarios de sus cerebros por los que circulan, moribundos, los peces del pavor. ". "Frases lunares", "acuarios de cerebros" y "peces del pavor": me pregunto si hay quién dé más.


Lo último que ha llegado a mis manos, gracias a mi amigo y compañero Francisco Viqueira, ha sido el texto conmovedor (y quien sabe si terminal) que trataré de traducir a continuación:


"La vejez


Debo estar envejeciendo: las Paulas Cristinas tienen más de veinte años, los Brunos Miguéis ya quince y las Katias y Sonias han dado paso a Martas, Catarinas y Marianas.


La mayoría de los policías son mayores que yo.


Me ha empezado a gustar la sopa de nabo y volver a casa más temprano, observar en el espejo por la mañana los colapsos, las arrugas inesperadas y la boca entre paréntesis, todo cada vez más insondable; mirar los retratos de mi hijo como si fuera un extraño, dejar de preocuparme por el fútbol, yo que me sabía de memoria los nombres de todos los jugadores del Benfica (...) y perder el interés por el helado de Santini que Dinis Machado, con un cigarrillo en las encías, pensaba que era insuperable.


Tal vez dentro de poco me calce un zapato en un pie y una zapatilla de cuadros en el otro y con un bastón y las manos a la espalda como los jefes de departamento, vaya a hacer recuento de las las palomas de Príncipe Real que revoltean alrededor de un cedro o a hacerme el sueco con colegas de boina en la Alameda Afonso Henriques, con la camisa al viento en actitud de Estatua de la Libertad.


Lo siguiente que sé es que encuentro mi sonrisa en la mesilla de noche burlándose de mí en un vaso de agua con treinta y dos dientes de plástico.


Ahora reconozco mi lugar en la mesa por los frasquitos de medicinas sobre el mantel que me recuerdan las banderas que antiguos exploradores, vestidos de oso, enarbolaban en los hielos polares, cual automovilistas de tiempos heroicos.


Debo estar envejeciendo y, sin embargo, antes de percatarme, sigo rebuscando en mis bolsillos un tirachinas. Todavía me gustaría tener una navaja de nácar de siete hojas, un sacacorchos, unas tijeras, un abrelatas y un destornillador. Todavía quisiera que mi padre me comprara un espejito con una foto de Yvonne de Carlo en traje de baño, al otro lado, en el mercado de Nelas. Aún me quedan ganas de escribir mi nombre después de empañar el vaso con mi aliento.


Ahora que lo pienso (y se lo digo al espejo), no soy un viejo caballero que ha conservado su corazón de niño sino un niño cuya envoltura se ha deteriorado".


Vuelvo a preguntarme si hay quién dé más. El lector juzgará.

Comentarios

  1. Felices hallazgos literarios, cierto. Yo confieso que tengo mucha caída por autores lusos y éste es uno de mis preferidos. Razón llevas tb citando al gran Mía Couto, de lengua tb portuguesa con mucha creatividad africana, y además gran persona. Casualmente estoy leyendo una novela del último Nobel de Literatura, un tanzano hecho en GB y no me está transmitiendo emociones, cosa que sí siento con Lobo Antunes, Couto,
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  2. Es la realidad que algunos vivimos ya, el presente con el pasado, y un futuro ¿?

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