¿Sabemos lo que nos pasa?


Ortega afirmó "no sabemos lo que nos pasa y eso es, precisamente, lo que nos pasa". Hemos vuelto a las andadas, sólo que ahora sabemos lo que nos pasa, pero no sabemos lo que nos va a pasar, salvo que no puede ser nada bueno. Estamos en manos de lo más granado de la ineptocracia europea, ésa que se limita a pronosticar el fin de nuestra prosperidad (Macron) en lugar de tratar de revertir el pronóstico mediante decisiones sensatas y eficaces, lo que me lleva a pensar que las disparatadas decisiones que nos conducen al abismo no son sólo fruto de su inercia sino que también buscan deliberadamente empobrecernos para que se cumpla el siniestro destino de la agenda 2030, en virtud del cual acabaremos no teniendo nada pero siendo más felices.


Como ha explicado detalladamente el comentarista norteamericano Tucker Carlson en Fox News, Europa se está empobreciendo a marchas forzadas. En Alemania, la población ha adquirido tal cantidad de madera que se ha agotado la que está la venta, de manera que muchísimos alemanes se lanzan al bosque como hace siglos para cortar su propia madera. En Polonia, muchísimas familias hacen largas colas frente a las minas para obtener carbón. Francia, que tradicionalmente ha sido un gran exportador de energía, acaba de anunciar su racionamiento. En Inglaterra, un setenta por ciento de los restaurantes y bares están a punto de cerrar porque no pueden seguir trabajando a pérdidas con una inflación galopante.


En Europa, el precio de la gasolina se ha duplicado, el del carbón se ha triplicado y el del gas natural se ha multiplicado por siete, todos ellos con tendencia a crecer aún más. El World  Economic Forum pronosticó no hace mucho que podríamos ahorrar miles de millones de dólares sustituyendo las energías fósiles por las renovables, pero la realidad es que no es el caso. Hace cuatro años, el denostado presidente Trump alertó en la Asamblea General de la Organización Naciones Unidas de la dependencia absoluta de Alemania de la energía rusa, mientras la delegación alemana tuvo la feliz ocurrencia de reírse de él. Ya a mediados de 2018, en una reunión de la OTAN, Trump señaló que Alemania era “cautiva” de la voluntad de Rusia en esta materia. "Alemania está totalmente controlada por Rusia, porque obtendrán entre el 60 y el 70 por ciento de la energía de Rusia a través del nuevo gaseoducto", apuntó.


Es evidente que si el coste de mantener una temperatura mínimamente soportable en invierno se lleva la mayor parte de los presupuestos de las familias, éstas se verán obligadas a reducir su consumo de bienes no esenciales, lo que presagia una crisis económica profunda y un descenso significativo del nivel de vida, una senda que España está liderando. La solución no parece estar a la vista si se tiene en cuenta que los bancos centrales que provocaron irresponsablemente un ciclo inflacionario ahora se verán obligados a contribuir a una contracción de la demanda aplicando subidas de tipos, aunque el problema se agrave por cuanto no se trata sólo de un problema de demanda sino también de oferta. A consecuencia de la guerra de Ucrania y de las delirantes sanciones impuestas a la Federación Rusa, el hecho es que Europa no dispone de energía suficiente para mantener en pie su economía.


En relación con las sanciones, conviene recordar aquel dicho popular: "que se fastidie el capitán, que hoy no como rancho". Tanto von der Layen como Biden -dos patas para un banco- advirtieron que tales sanciones nos dañarían tanto o más que a la Federación Rusa, pero había que adoptarlas por un "imperativo moral". Si por este término se entiende la voluntad de admitir en la OTAN a uno de los países más corruptos del mundo, dirigido por un payaso con muy poca gracia (mi conocimiento de la lengua rusa me permite afirmarlo), resulta que la cosa ni es imperativa ni es moral. Por eso, por mucho que se discrepe de muchas de las actitudes y acciones de Putin, hay que convenir que está en lo cierto al denunciar la degeneración de un mundo occidental abortista, orgullosamente gay y cada vez más ignorante.


Lo dicho: sabemos lo que nos pasa, pero no sabemos la gravedad de lo que nos va a pasar.

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