Las consecuencias de la cobardía

La sociedad española está asistiendo impasible, como si con ella no fuera la cosa, a un intento criminal de avasallarla. Cada una de las medidas que va adoptando este gobierno socialcomunista no parece capaz de provocar una reacción contraria susceptible de disuadir a quienes nos desgobiernan para conminarles a cesar en sus propósitos, que no son otros que liquidar la Transición y su espíritu y sustituirla por una republiquilla federalizante y disgregadora, digna heredera del despropósito de la de 1869, con la agravante de que no parece que haya hoy un Pavía capaz de ponerle fin.

A este respecto, llama la atención que los partidos del llamado centro-derecha no sean ni siquiera capaces de dar la voz de alarma mientras se dedican a ejercer una oposición blandengue e ineficaz, con vagas promesas de futuras derogaciones que, una vez alcanzado el poder, serán capaces de incumplir obscenamente.

Lo anterior no es de extrañar si se tiene en cuenta que la embrutecida sociedad española actual, resultante de un largo adoctrinamiento sectario y persistente, está más preocupada por las peripecias vitales de personajillos como Rociíto, Kiko Rivera o doña Ester ídem y así nos va.

El fenómeno no es nuevo y lo han padecido países antaño prósperos como Cuba y Venezuela. El problema es que una vez consumada la felonía autoritaria, cualquier reacción tardía resultará absolutamente ineficaz porque será asfixiada de raíz.

Un país que se revela incapaz de ver lo que se avecina y reaccionar a tiempo acabará teniendo lo que su cobardía merece y, si no, al tiempo.