Pronto alcanzan las cebollas cumbres de celeridad


Soliloquio muy ameno y confiado


Por


Milton Carr de Dona


Pronto alcanzan las cebollas cumbres de celeridad y se ahuyentan las pimientas en nubes de gran vanidad porque luego en el tormento de la lucha colosal se incrementan dromedarios de enorme vistosidad en nubes de chilindrón que asemejan escapularios o que emulan la maldad. Hay conventos ancestrales por las sendas del canal que no llevan a las huertas de aquel julio sin final cuando la lluvia de otoño no hizo bien ni hizo mal. Así. 


Resurgen los rododendros en cúspides de bondad y no alegran los pelillos que conducen a la mar. O los buenos campesinos se apresuran a cantar o las negral golondrinas se precipitan sin más, propósito que aprender a navegar o a conculcar contracciones que no conducen a dar una esperanza risueña o un tremebundo soñar. No van por buenos caminos los que nunca ya se irán a la senda misteriosa del camino sin igual y serán siempre infinitos los huecos de nuestro hogar que recompensan las cruces de nuestro eterno penar. Y si comiéramos apio o si fuéramos allá nos encontrarían siempre en un llano o más allá. Cuantas ínfulas colmadas acrecientan su ansiedad en turbias alcantarillas o en campos de soledad que si se relegaran a la modestia de un silencio humilde se entregarían a un reposo o a un refugio de bondad y penitencia letal que surca y surca ficciones de toma y da y está avanzando en penumbra, en aras de santidad. ¡Ay, la hueca vanidad! En las nuevas esperanzas que apuntan a más allá se incrementan ilusiones que no se van a alcanzar y se frustran las misiones que nunca se alcanzarán por la ambición de unos monjes que no dejan de rezar melopeas infinitas que nunca vienen ni van, alejándose de Ikea y peregrinando luego por las orillas indefinidas de un distrito financiero inconmensurablemente fatal qué fatalidad final. 


Sólo añadiría que los dromedarios rumiantes calculan cuidadosamente los dividendos de las cigarras en apuntes minuciosos y papeletas y tal sin que las lluvias rieguen los amplios campos del mal o las grandes ilusiones se lleguen a realizar porque son ciertos los dividendos que aquel cálculo les da y convergen en la luna luces de fatalidad. Por eso es indispensable convenir que el futuro ya está en lontananza y que los arenales dejarán de propagarse indefinidamente por las profundidades de la mar, ahora que toda la tierra pronto deja de girar y no sabrá continuar. El mar, el mar, misterios de calamar, alipendres, sinsabores, males de toda maldad, controversias y bielas que no dejan de sonar. Cuádruples introspecciones no dejar de relumbrar y hay pan y retortijones y siempre suena fatal y luego van los santones a su mítico soñar para que luego alimenten ardillas en libertad, contabilidad malsana o colmillos de coral. 


No cruzan sueños sureños los abuelos de los cielos ni las alondras se aman en los amaneceres sosegados e incruentos que ya siento, que presiento, como un haz de madrugada, como un pisto en ensalada. No se cuenta nunca nada ni se sabe ni se sana ni escucha ni se buscan los vestigios de una rana. Oigan silenciosamente los vahídos de las cabras, los montículos se afanan, se anima la zarabanda y el mal no triunfa en silencio ni Cristo que lo fundara.


Siempre solo salvo simio soliloquio concordante, consternación ambulante, ínclito amigo rumano, oligarca desbocado, trofeo insigne logrado, de lo más desenfadado, en horizontes de goma, campos de carmín perlado, incontinencia salada, no puede ser que haya nada porque la nada no es nada. Oye Lucas tu pesar. 


Redactado serenamente en un campamento situado en los confines de la esperanza, el seis de noventa de la era del viento austral.


Así de claro lo declaro. Doy fe.

Comentarios

  1. Buenas noches, Melitón. Si tienes ocasión, disfruta lo que quieda.

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