El esplendor de la diplomacia


Melitón Cardona (*)


Hay quienes piensan que la vida del diplomático es regalada y muelle; pues bien, con ocasión de una visita de Estado de los reyes de Suecia tuve que asistir a una gala solemne en la Nueva Ópera de Copenhague, lo que implica uniforme, espadita, condecoraciones y demás.


Miles de ciudadanos de uno de los países más democráticos del mundo se agolparon tras un cordón policial para presenciar la llegada de los próceres e incluso aplaudir a algunos. No creo que quedaran defraudados: las damas lucieron tan espléndidas joyas que se me antojaron arbolitos de navidad vivientes pese a que el uso de diademas sólo estuvo permitido a la realeza; la invitación no las autorizaba expresamente como en otras magnánimas ocasiones. Muchos caballeros aparecieron, en su mayoría, de uniforme, los menos de frac. De no ser por el extraordinario parque automovilístico –los Mercedes deslucían antes los Rolls-Royce y éstos ante los Austin Princess- aquéllo hubiera parecido una reposición de Sissi Emperatriz. El plato fuerte fue una función del “Royal ballet of Copenhagen” pero resultó muchísimo más artístico el despliegue de trajes largos y uniformes variopintos, incluidos los de ciertos húsares que uno, en su ignorancia del enorme potencial de la vanidad humana, creía amortizados hace tiempo. Del llamado “ballet”, debo decir que nunca he presenciado una actuación más lamentable si exceptúo una tomadura de pelo en Madrid de la difunta Pina Bausch, q.e.p.d. Los bailarines declinaron un manual de aerobics con el añadido meritorio de no intercalar entre salto y caída, giro y spagatto, un solo ápice de sensibilidad; como, además, la coreografía hubiera podido ser el delirio esquizofrénico de un hermano menor y envidioso de Kafka, viene al caso lo de Borges: “sus argumentos, caballero, son irrebatibles, pero no causan la menor convicción”.


Aquí en la piel de toro, pronto novillo si no espabilamos, somos poco sensibles a los fastos regios y nada propensos al ballet, pero, a cambio, disfrutamos de alcaldes capaces de confundir el escudo de los Reyes católicos de su pueblo con un “símbolo franquista”; tampoco nos privamos de un diputado en Cortes que considera que Alfonso XIII también fue (proto)franquista ni de otro del mismo partido que propone eliminar la cruz que corona el escudo de España “para equipararnos con símbolos laicos como el de la Unión europea”: el sandio electo ignora que las estrellitas del escudo que tan laico le parece son las de la Inmaculada Concepción, una veleidad de dirigentes democristianos de los años cincuenta. También tenemos a algún asesino en serie de nuestra última guerra civil que se acogió oportunamente a la ley de amnistía de 1977 pero exige hoy que no se aplique a quienes no alcanzó a apiolar. Para colmo, en una charla que desperdicié en la facultad de Derecho de mi ciudad natal, me perturbaron, levemente para ser sincero (la edad provecta tiene sus ventajas) las esplendorosas pantorrillas de alumnas que se permitieron asistir al acto en pantalón corto. Aprendí luego que no hacían sino seguir la deriva de algunos de sus ejemplares catedráticos. También hace unos años, una joven licenciada en algo me interrumpió airadamente una conferencia cuando afirmé que el archipiélago canario estaba situado frente a la costa africana. La licenciada en nada estaba convencida de que se encontraba en el Mar de Alborán; quiero suponer que por lo del típico recuadro de los mapas. 


Todo lo anterior es muy meritorio en orden a sobresalir en burricie y adocenamiento, pero no alcanza el grado de embrutecimiento al que debemos legítimamente aspirar. Por eso someto a la consideración de los lectores las siguientes propuestas:


Para conseguir que el mapa electoral refleje los verdaderos intereses del votante, propongo que no puedan repetir candidatura quienes hayan concurrido a anteriores elecciones: sólo podrán ser ahora candidatos los famosillos y famosillas (ahora, aspirando afanosamente a la estupidez integral, se llevan dos plurales), a condición de que hayan debutado en programas del corazón de ámbito nacional y cuenten en su haber con más de dos adulterios probados, otras tantas operaciones de cirugía estética y, al menos, tres querellas criminales por injurias y calumnias. Doy por seguro de que ellos sí sabrán cómo afrontar la crisis con donaire vendiendo sus rentables desdichas.


También sugiero que para que nuestras emigrantes magrebíes no se sientan discriminadas en nuestra tierra pecadora, se imponga obligatoriamente a las nativas el uso del jihab. La cortesía lo primero y ya se sabe que, para millones de majaderos bienintencionados, el Islam es una religión y no un proyecto político teocrático.


Pero, volviendo al ballet danés objeto de este artículo, parodiaré lo de “justicia militar es a Justicia lo que música militar es a música”, diciendo que “ballet danés es a ballet lo que en el ballet ruso es rescisión de contrato”.


Para colmo de desdichas, el buffet del esplendoroso día de marras fue tan escasito en cantidad y calidad que ya me dirán los lectores si la vida diplomática es tan regalada y muelle como parece.



(*) Embajador de España en el Reino de Dinamarca. 

Comentarios

  1. Me lo he pasado genial leyendo tu artículo. Abrazos
    C.C.

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  2. YO tambien estuve em el Nuevo teatro de opera con Los Reyes de Suécia y hablando português con lá Reyna Sílvia, pero nunca lo havia visto descrito con tanto humor y precision😂😊

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  3. El nivel de perspectiva de género de la Sra.ministra
    es infinito, se multiplicará enésimamente hasta que se le acabe el cargo pués ha encontrado el filón para múltiples y variados esquemas

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