Hasta aquí he llegado


Melitón Cardona (*)


A Félix Pons, socialista decente.


En cierta ocasión, Keynes le escribió a uno de sus amantes lo siguiente: “trabajo para un gobierno al que desprecio para fines que considero delictivos”. Se refería a las desorbitadas exigencias que politicastros de corto alcance pretendieron imponer –y acabaron imponiendo- a la Alemania perdedora de la primera Guerra mundial: esas miras cortas abonaron el camino al nazismo y al estallido de la segunda Guerra mundial. Comparto con el economista esa percepción de que la seguridad del propio empleo y la laxitud de conciencia están por debajo del imperativo ético de no degradarse uno inútilmente.


A mi llegada a este puesto me sentí como el rey del mambo. Mis colegas me daban un trato deferente que más que halagarme me sorprendía. Cada vez que daba una conferencia tratando de describir la realidad y virtualidad de mi país, obtenía un éxito rotundo; pues bien, cuatro años después he de refugiarme en evasivas de todo tipo para evitar dar la cara: “un compromiso previo”, “una visita oficial inesperada”, “una ausencia imprevista”; cualquier cosa menos afrontar los legítimos reproches de los afectados por una gobernación irresponsable de la que no puedo considerarme partícipe.


Nos hemos convertido en el hazmerreír de Europa. Se minusvaloró alegremente el alcance la crisis (debate Solbes vs. Pizarro: un “bla bla bla” demagógico vergonzosamente electoralista frente a “la falta de patriotismo” del adversario demonizado, con la agravante de que el exorcista sabía que mentía deliberadamente); se demoró excesivamente la adopción de medidas correctivas que nos hubieran permitido paliarla; se ha seguido actuado irresponsablemente, como si nuestro crédito fuera ilimitado y nuestro margen de maniobra inagotable. En resumen, hemos fingido poder estar al margen de reglas elementales del sistema capitalista en el que, nos guste o no, estamos insertos, sin tener en cuenta que son de ineludible cumplimiento a menos que se desee ir por libre y a pecho descubierto, como la soberana Argentina (“estamos hartos de realidades, queremos promesas”), la “bolivariana” Venezuela y la cocalera Bolivia: una pretensión tan vana como necia. Nuestros socios acaban de recordarnos, de muy mala manera, que no se puede poner en peligro la estabilidad del euro por veleidades grandilocuentes de “protección social”, cálculos electoralistas ratoneros y halagos a un sindicalismo cautivo de subvenciones anestésicas.


La mejor protección social que un gobierno puede suministrar a su población es la de facilitarle empleo. Lo quieran o no los aprendices de gobernante, son las malvadas empresas las que generan empleo con los créditos que suministra la siniestra banca; el Estado sólo puede generar paniaguados enganchados a la ubre agotable de la subvención. Además, quien no trabaja no sólo no tributa, sino que grava el presupuesto. Altos responsables políticos daneses -un Vicepresidente y varios Ministros- me han expresado en más de una ocasión su perplejidad ante el hecho de que “en los países del Sur de Europa -un amable eufemismo que he agradecido- se persiga más la protección de los puestos de trabajo que la de las empresas, que son las que los generan”.


Puede parecer rentable electoralmente demonizar al ávido empresario y a la siniestra banca, pero ese patética demagogia sólo incrementa el paro, avala actuaciones de sindicatos irresponsables y genera la paradoja que quienes sigan votando a demiurgos de baja estofa se conviertan en las primera víctimas de sus cálculos pseudomaquiavélicos.


Sé que todo lo anterior significa que, mediante este artículo, pongo mi cargo a disposición de mi ministro y lo hago sabiendo que, al cesarme cuanto antes, como espero sea el caso, me liberará de papelones que a nadie le deseo y de cargos de conciencia que no estoy dispuesto a asumir ni por un plato de lentejas ni por otro de foie-gras. Todo tiene un límite y el mío está sobrepasado. En lo personal, le deseo mucha suerte a quien considero el peor gobernante español desde Carlos II el Hechizado. Confundiendo gobernación con diseño light, ha podido y no ha querido gobernar; el Austria taradito, ni quiso ni pudo.


(*) Embajador de España en el Reino de Dinamarca.


Este artículo se publicó en 2010. 

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