La nostalgia totalitaria.

Melitón Cardona (*)


La condición del diplomático no está exenta de contradicciones; en ocasiones debe defender posiciones que le repugnan y hacerlo con la mayor apariencia de convicción y la máxima dosis de honradez; Keynes confesó en cierta ocasión lo siguiente: "trabajo para un gobierno al que desprecio para fines que considero delictivos". Afortunadamente no es, ni será, mi caso, siquiera porque nunca le llegaré a Keynes a la suela del zapato y, por tanto, jamás conseguiría trabajar para fines que considerara delictivos, por noble que fuera su propósito. Tampoco dejaré, sin embargo, de expresar mis opiniones sobre determinados trabajos honradamente, sine ira et studio.


A un escritor meritorio le llamó "poderosamente" (!) la atención una entrevista publicada en "El País" en la que traté de explicar, a través del obligado filtro de la entrevistadora, la dimensión real de la detención de un activista español de Greenpeace


En un artículo publicado en el periódico danés Berlingske Tidende, el profesor Michael Böss llamó la atención sobre las implicaciones ocultas del slogan utilizado por Greenpeace al irrumpir en la cena de gala ofrecida por la Reina de Dinamarca a los jefes de estado y de gobierno que participaron en la cumbre sobre cambio climático. Según el profesor de la Universidad de Aarhus, el slogan "los políticos hablan, los líderes actúan" tiene resonancias criptofascistas que revelan la sempiterna añoranza de reemplazar a los políticos que "hablan" -léase "debaten"- por los líderes fuertes que "actúan". Añoranzas de Ghengis Khan con ungüentos de modernidad.


En los últimos tiempos proliferan los intentos de instaurar, a derecha e izquierda, políticas populistas más basadas en el sentimiento que en la deliberación, el debate, la negociación y el compromiso típicos de las democracias liberales. No es nada nuevo: la obra de Karl Schmitt "Romanticismo político", publicada en 1919, abrió el camino a esa deriva: según el brillante politólogo alemán, y escribo brillante porque lo cortés no debería quitar lo valiente, las ideas liberales de tolerancia, derechos humanos y libertades individuales no representan más que "escapismo, ingenuidad y falta de voluntad de responsabilizarse de la acción política". En su obra "La crisis de la democracia parlamentaria", publicada cuatro años más tarde, Schmitt atacó, ya frontalmente, la democracia parlamentaria y predijo que sería reemplazada por otra "de masas" gobernada por una "voluntad común" que ya no estaría representada por una asamblea democráticamente elegida, sino por "un líder del pueblo" que contaría con "poderes suficientes" para introducir "las medidas legislativas necesarias". Al justificar así el fascismo, Schmitt se convirtió en ideólogo de cámara del nazismo. En nuestro país, su secuela fue la también brillante "teoría del caudillaje" del no menos brillante Francisco Javier Conde. Hoy, su epígono -o ¿he de escribir epígona?- es la mucho menos brillante politóloga belga Chantal Mouffe, que caracteriza de "peligrosa ilusión liberal" el intento de regular el conflicto social a través de la negociación y el compromiso. Según esta representante del llamado "postmarxismo", tal intento "entorpece la verdadera labor de la política", a saber, "la toma de decisiones susceptibles de cambiar el mundo".


Quiero señalar que de la misma manera que se puede hablar en prosa sin saberlo, también se puede ser fascista sin quererlo. Basta contar con un pretexto lo suficientemente noble para justificar el fatigoso rodeo de una elección democrática y de las reglas del juego que conlleva, sobre todo las de control parlamentario. Ya sea la Hegemonía de la Raza Blanca, la Salvación Climática del Mundo, la inmarcesible Gloria de la Divinidad local de turno o la Imperiosa Necesidad de Salvar una Lengua incapaz de salvarse por sí misma, hoy proliferan iluminados de todo tipo que se consideran legitimados a arrogarse el derecho a decidir en nombre de quienes no les han comisionado para tales tareas. Y es que muchos pretenden que, frente a los políticos democráticamente elegidos que se limitan a "hablar", lo verdaderamente importante es la acción de esos salvapatrias -o salvamundos- que obran en pro de una causa superior indiscutida e indiscutible colocada, por voluntad propia, más allá del bien y del mal. Así se minimizan el debate científico, esencialmente basado en el cuestionamiento de hipótesis, y el democrático y pueden escucharse frases como "quienes dudan del calentamiento global merecerían ser expulsados del Plantea" y otras de este tenor. Se justifica la aniquilación física del disidente en aras de la una Causa Superior y ya nos describió Thomas de Quincey la trayectoria fatal de quienes, en un momento dado, se permiten asesinar: pronto pasan a considerar que el robo es cosa de poca monta, luego se dan a la bebida, dejan de guardar las fiestas de precepto y, a partir de ahí, se entregan a prácticas tan lamentables como la descortesía y el desaliño indumentario.


(*) Embajador de España en el Reino de Dinamarca.


Publicado en 2010

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