Nuestra esquizofrenia

Melitón Cardona



Groucho Marx consideraba la televisión muy instructiva porque cada vez que alguien la encendía él se iba a otra habitación a leer un libro. Yo también, pero porque me aporta conocimientos que jamás hubiera sospechado. Así, por ejemplo, he aprendido que el pederasta de Ciudad lineal no es un “enfermo mental”, sino un “psicópata”. (¿Hay quién dé más?). También sé que el hijo orondo de una tonadillera se llama Paquírrín y no Pacorrón, que una presentadora cree que el acrónimo “QEPD” es la misteriosa firma de un sospechoso desconocido, que el crecimiento negativo no es crecimiento sino mengua, que la vida ramplona de un tal Amador Mohedano suscita el interés de millones de conciudadanos, que los comentaristas deportivos son genios de la producción metafórica (portero, arquero, cancerbero, el Uno etc.) y que, según la cadena que uno sintonice, nuestro país va de primera o directamente a la ruina.


Todo me resulta muy instructivo, pero lo que más me ilustra es constatar que los resultados de las encuestas de los programas televisivos suelen reflejar invariablemente una rotunda división de opiniones, que ni en el ámbito taurino alcanza tales proporciones: sea cual sea la pregunta formulada, los síes apenas superan el 53 por ciento o quedan por debajo del 48 por ciento y viceversa, lo que me lleva a pensar que si alguna vez se realizase una encuesta sobre la validez de la ley de la gravedad, el personal se mostraría dividido en lo tocante a su virtualidad, lo que no es de extrañar pues ya señaló Ortega que el nuestro es país en el que no sólo se impugnan las opiniones, sino también los hechos y contra esta anomalía no hay quien pueda. Es impresionante comprobar que el gesto heroico de un ciudadano que impide un atraco es considerado por casi la mitad de los consultados como una temeridad punible que debería haberse resuelto con una simple llamada al 112.


Todo lo anterior me induce a pensar que nuestro desdichado país (trágico, pero poco serio, en opinión de alguno) sigue padeciendo una permanente esquizofrenia de las que únicamente hemos sabido salir mediante atroces guerras civiles: austracistas y borbónicos, liberales y serviles, isabelinos y carlistas, republicanos y nacionales, separatistas y patriotas, por no mencionar las dicotomías deportivas (colchoneros y merengues, culés y periquitos etc) y taurinas (Pepe Hillo y Pedro Romero, Cúchares y Paquiro, Belmonte y Joselito, Dominguín y Ordoñez y otras de menor entidad).


Nunca se ha intentado con éxito para nuestros males patrios una solución que no fuera bélica. En el supuesto, metafísicamente imposible, de que yo llegara a Presidente del Gobierno, mi solución civil y pacífica al desafío separatista actual consistiría en ofrecer la independencia a quienes la propugnan, vetarles de por vida su entrada en la Unión Europea y renegociar luego su mansa y sumisa reinserción en el Estado español, sin cupos, singularidades, ordinalidades, federalismos ni demás zarandajas al uso. El problema es que siempre me quedaría lidiar con los paquirrines, los mohedanos y los negadores de la ley de la gravedad y es por eso que la cosa tiene mal arreglo.


(*) Diplomático jubilado.

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