El monstruo infantil

Mia Couto

Traducción del portugués de Melitón Cardona


El elefante, siendo el mayor, es el que menos creció. Su cuerpo se hizo de enormidades, su alma de minimidades.  De ahí que su tamaño se suavice en redondez, todo él en rechonchez. En ese corpachón, ¿qué otra alma podría formarse sino una aficionada a la pelota, a jugar a los saltitos?


¿Precio de su tridimensión? Gastarse en pastar. El tiempo no le llega para el estómago. Más barriga que ojos, el elefante, en verde verdad, es un herbivoraz.


Todo el paisaje, en su superficial indolencia, se convierte en pasto. Recorrer tan kilométricas distancias no es, para él, una carga. El refrán bien lo dice: el elefante ni siente su propio peso, pues sus modos son los de un comediante tímido, de los que sólo se exhiben cuando no hay espectadores. El elefante es una bailarina que engordó, un malabarista traicionado por las hormonas.


Viendo su grácil bamboleo, nos queda este espanto: cómo el movimiento puede anular el cuerpo. Su torpeza de movimientos ¿pretende imitar el aleteo de las mariposas o celebra la exclusiva felicidad de alcanzar edades provectas sin jamás llegar a adulto?


Sus pies de niño se redondean, fofos. ¿Puede tanto cuerpo sustentarse en tan pequeños piececitos? Sin la elegancia del tobillo, el pie redondo del paquidermo no pasa de siempre rodapié.


Su orgullo de muestra de difícil ejecución. Veamos, parte por parte. Siempre anda con trompa. Si estuviese constipado tendría que sonarse con la propia nariz. Después, la oreja. Si de los mamíferos se dice que tienen pabellones auditivos, ¿qué decir del elefante? ¿Que tiene estadios auditivos? Y ¿los dientes? Ni vale la pena. Si por la boca muere el pez, el elefante está pagando su existencia por el marfil. Su futuro se convirtió en asunto trascendente. Para cerrar la lista: su ignorancia de lo que es el ridículo, pues para encubrir las arrugas el pobre utiliza maquillaje de barro, su polvo de sinarroz.


La deshumanizad humana lo lleva a su extinción: de él quedará un registro, nuestra memoria de elefante. De todo se verá cuando se apague el último: ese animal estaba inocente, su corazón se suprimió distraído. Tendría que haber usado todo su peso contra el lucro de su muerte. Tendríamos que haber aprendido cuánto somos bichos, nosotros, más salvajes. Y cuánto el mundo se vuelve mendigo. Porque el elfanticidio, al extirpar tan dulce criatura, se convirtió en nuestro vergonzoso infanticidio.


Comentarios

  1. Precioso poema el de hoy, D. Melitón. Y, se deduce, de complicada e imaginativa traducción. Muchas gracias !

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