La meritocracia impugnada

    El Marqués de Salvatierra publicó ayer como "Rafael Atienza, miembro de la Real Academia sevillana de buenas letras", una importantísima tercera en ABC titulada "¿Quién teme al mérito feroz?" en la que denunció el entierro de la idea de meritocracia que postula el libro de un profesor de Harvard llamado Michael Sandel.

El mérito y la capacidad como mecanismos de ascenso social son, sin duda, la consecución de la recompensa de quien lo ostenta con independencia de su origen social o racial, pero Sandel considera que, de existir, crearía resentimiento: "que el mérito sea premiado crea resentimiento, ya que hacerlo resulta socialmente corrosivo, ya que ser pobre en una meritocracia es desmoralizador". Me parece importante detenerme en este punto porque es la apología del punto de vista del perdedor que sólo puede justificarse en función de un igualitarismo ajeno a sus últimas consecuencias, porque, como señaló Tocqueville, "La igualdad produce dos tendencias, una que conduce  a los hombres directamente a la independencia y puede empujarles de repente a la anarquía, y otra que les conduce, por un camino más largo y más secreto, pero más seguro, a la servidumbre" ya que "quieren la igualdad en la libertad y, si no pueden obtenerla, la quieren incluso en la esclavitud". 

Como escribió don Nicolás Gómez Dávila, oportunamente citado por el Marqués en su magnífica tercera, "los triunfos alcanzados despiertan menos envidia que los merecidos".

"Si confundimos desigualdad con injusticia, como hace el igualitarismo, la misma naturaleza humana sería el reino de la sinrazón y la iniquidad. Claramente no hay mayor desigualdad que la que separa a un guapo de un feo, a un saludable de un enfermo o a un listo de un tonto", señala el Marqués y no puedo estar más de acuerdo con él, porque en cierta ocasión me preguntó un periodista de provincias qué me hubiera gustado ser de no haber sido diplomático y le respondí que, más que nada, me hubiera gustado ser guapo.


Una sociedad que deja de premiar el mérito y la capacidad de cualquiera de sus miembros está condenada irremisiblemente al declive que implica esa mediocridad igualitaria que, a la larga, conducirá a su destrucción, aunque, eso sí, muy igualitaria, puesto que alcanzará a todos por igual. No hay duda de que "In the long run, all dead" (a largo plazo, todos muertos), como señaló oportunamente Keynes, porque en ese plazo indefinido no cabe otra alternativa.






Comentarios

  1. Te felicito, Melitón, por resaltar la importancia y nivel de la extraordinaria Tercera de Rafael Salvarierra.
    Sin desmerecer a nadie, mucho tiempo hacía que no leía una Tercera tan estupenda.
    Generará envidia por la razón que explica el gran Gómez Dávila

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog