Gobernantes y gobernados

Tiene razón Narciso Michavilla al afirmar que "la distancia entre los polos decisorios y el centro de gravedad social ha aumentado dramáticamente. La desconexión entre el actual debate político y las preocupaciones ciudadanas es abismal". Pienso que esto explica el éxito arrollador que Isabel Díaz Ayuso obtuvo en las pasadas elecciones a la Asamblea de Madrid, basado en el instinto político de acortar la distancia entre gobernantes y gobernados. Mientras tanto, Su Inane Sanchidad se dedica a distorsionar el lenguaje ("padres, madres y adres"), a ordenar a su ministra de Asuntos Exteriores que instruya a embajadas y consulados sobre las bondades de nuestro fomento de la homosexualidad y la transexualidad sin caer en la cuenta de que el peso de España en la escena internacional ha caído a niveles insólitamente bajos. También se dedica a pronosticar un futuro luminoso ... a treinta años vista, a subvencionar obscenamente a medios de comunicación cuya propaganda machacona ha inmunizado a capas crecientes de la población, a dilapidar la Hacienda pública tratando de batir el récord mundial de deuda pública y demás despropósitos propios del andarríos baladrón.

Todas las encuestas indican un cambio de ciclo susceptible de poner fin a la pesadilla que para España ha supuesto el nefasto gobierno del valentón fullero que pensaba eternizarse a base de eslóganes pueriles y propaganda a mansalva; pero ni aún comprando medios de comunicación a base de escandalosas subvenciones ha conseguido convencer a una mayoría de ciudadanos que se ha mostrado inmune a los efectos de una propaganda política abrumadoramente mayoritaria en los medios de comunicación.

Ya sólo le quedan dos fechorías por cometer: trucar las primarias andaluzas con inexplicables afiliaciones masivas y conceder el indulto a los delincuentes separatistas catalanes pensando que su partido obtendrá un rédito electoral en Cataluña que le compense la pérdida de votos en el resto de España. Una vez consume esas dos fechorías, la suerte estará echada para el político más antidemocrático de nuestra historia reciente, admirador de Largo Caballero al que Stalin pidió moderación (!) y cuando las ratas empiecen a abandonar su barco, que por cierto no carece de roedores, pasará a los anales de la ciencia política como uno de los representantes más patéticos del progresismo chonivacuo.