El apellido caballar


Antón Chéjov


Traducción del ruso de M. Cardona.


El teniente general en la reserva Alexis N. Buldéiev tenía un dolor de muelas espantoso. Probó a enjuagarse la boca con vodka y con coñac; aplicó ceniza de tabaco, opio, trementina y queroseno a la muela enferma; se tintó la mejilla con yodo; se tapó un oído con algodón impregnado en alcohol, pero todo esto no sólo no le alivió sino que, para colmo, le provocó náuseas. Recibió la visita de un médico que hurgó en la muela y le recetó quinina, que tampoco produjo el más mínimo efecto; cuando le propuso extraer la muela, el militar se negó en rotundo. Los de la casa -su esposa, los niños, las criadas y hasta el pinche de cocina Piotka-  propusieron, por turno, cada uno su remedio. También acudió el mayordomo Iván Evseich y aconsejó intentar la cura con un ensalmo.


- Mire, Excelencia, aquí, en nuestro distrito, -dijo-  hace unos diez años estuvo destinado un vista de Aduanas, un tal Yákov Vasilich. Sanaba el dolor de muelas en un santiamén. Se acercaba a la ventanilla, susurraba unas palabras, escupía y ... ¡como por arte de magia! ¡Qué poderes los suyos!


- ¿Y por dónde anda ahora? 


- Pues cuando lo jubilaron se fue a vivir a Saratov con su suegra. Allí se gana la vida curando dolores de muelas. Si a alguien empiezan a dolerle, acude a él y se cura. A todos los aduaneros de Saratov los atiende personalmente en su casa, pero a los de otras ciudades los cura por telégrafo. Mándele un telegrama, Excelencia, explicándole que la cosa pinta mal, que al siervo de Dios Alexis le duelen las muelas y que le pide una atención. No lo dude, Excelencia; ya le enviará dinero por giro postal para pagarle el tratamiento.


- ¡Disparates absurdos! ¡Charlatanería!


-  Inténtelo, Excelencia. Es cierto que Iván Evseich es muy dado al vodka y que ya no vive con su mujer, sino con una alemana. ¡Menuda pieza está hecho! Además, no para de blasfemar pero, en honor a la verdad, hace verdaderos milagros.


- ¡Mándale un telegrama, Aliosha!- imploró la generala. Tú no crees en los conjuros, pero yo los he experimentado en mis propias carnes. Y aunque no creas en estas cosas ¿por qué no intentarlo? No se te van a caer los anillos por eso.


- Está bien - consintió Buldéiev. Tal como estoy, soy capaz de mandarle un telegrama no ya a un empleado de Aduanas sino al mismo Satanás ... ¡Ya no aguanto más! Bueno, ¿Dónde vive ese individuo? ¿Cómo se llama?


El general se sentó a la mesa y tomó una pluma.


- En Saratov lo conocen hasta los perros, Excelencia- dijo el mayordomo. Sírvase escribir, “A la ciudad de Saratov ... Al honorable Yákov Vasilich ... Vasilich ... “


- Vasilich ¿qué más?


- Yákov es el nombre ... el patronímico es Vasilich ... y el apellido es ... ¡Me olvidé el apellido! ¡Cuerno! ¿Cómo se llama de apellido? Cuando venía para acá, me acordaba perfectamente. Permítame un momento ...


Iván Esvseich levantó los ojos hacia el cielorraso y se puso a balbucear. Buldéiev y la generala esperaban con impaciencia.


- Pero hombre, ¡Haz el favor de darte prisa!


- Un momento. Vasilich ... Yákov Vasilich ... ¡Me olvidé! Es un apellido corriente ... como caballar ... ¿Kaváliov? No, Kaváliov no es ... Espere ... ¿Será Alazanski? Tampoco. Recuerdo que es algo relacionado con los caballos, pero cómo es exactamente se me ha ido de la cabeza.


- ¿Garanyonii?


  • ¡Qué va, no! Espere un instante ... Jakov ... Jamelgski ... Potrov … Sabueskii …


- Ese apellido es perruno, no caballar. ¿No será Krinski?


- No, Krinski no es. Es caballar: Cavallistkii ... Cavallierov... ¡Nada, que no hay manera!


- Pues así va ser imposible escribirle. ¡Reflexiona! 


- Veamos ... Kaskov... Potrovski... Bayov... 


- ¿Percheronski? - preguntó la generala. 


- No, señora, no es Percheronski, ni Carrerivski tampoco. ¡Me olvidé! 


- ¿Para qué vienes a dar consejos si no te acuerdas de nada? - se enojó el general. ¡Lárgate de aquí!


Iván Evseich salió lentamente mientras el general se frotaba la mejilla camino de sus aposentos.


- ¡Ay, señor! - gemía. ¡Ay, madre mía! ¡Esto es peor que el infierno!


El mayordomo salió al jardín, alzó los ojos al cielo y trató de recordar el apellido del aduanero: 


- Corcelnii ... ... Rocínski ... No, no es. Yugov ... Cinchov ... Riendalskii ... Latigóv ...


Poco tiempo después lo llamaron.


- ¿Te has acordado?- le preguntó el general.


- Todavía no, Excelencia.

 

- ¿Quizás Hipiskii? y ¿Equinov o Ekuestrenii?


En la casa se suspendieron todas las actividades y sus miembros se dedicaron a evocar apellidos. Recordaron todas las edades, géneros y razas de los caballos, tipos de crines, cascos y arneses. En la casa, en el jardín, en las dependencias de servicio y hasta en la cocina, el personal andaba de un lado balbuceando mientras trataba de dar con el famoso apellido.


Nadie daba tregua al mayordomo. 


- ¿Tilburiev? - le preguntaban. ¿Trotov? ¿Potreriovskii? 


- No, no es- respondía Iván Evseich y, levantando los ojos, continuaba pensando en voz alta: Overov ... Castannii ... Zainov ...


- ¡Papá! ¿será Troikii o Cuadrígovich?


Toda la estancia se alborotó. El agotado e impaciente general prometió compensar con cinco rublos al que diese con el apellido correcto y todos se arremolinaron junto al mayordomo.


- ¡Trotonskii! ¡Relinchskii! ¡Monturov! ¡Estrivii!


Todo fue en vano. Cayó la noche sin que nadie diera con el apellido, de manera que no pudo enviarse el ansiado telegrama.


El general no pegó ojo en toda la noche; anduvo de lado a lado de su aposento, gimiendo de dolor. A las tres de la madrugada, salió de la casa y golpeó en la ventana del mayordomo.


- ¿No será Kastrov?- preguntó con voz llorosa, pensando en caballos castrados.


- No, Excelencia, Kastrov no es, ni tampoco Kapavich, de capado- contestó Iván Evseich suspirando, eso sí, con aire de culpabilidad.


- ¡Puede ser que no tenga un apellido de caballo sino de alguna otra cosa!


- Le doy mi palabra, Excelencia: el apellido es caballar ... Lo recuerdo perfectamente.


- ¡Menuda memoria te gastas, amigo! Para mí este apellido es ahora lo más importante del mundo. ¡Estoy martirizado!


Por la mañana el general volvió a mandar llamar al doctor.


- ¡Que me la arranquen ya! - decidió. No aguanto más.


Llegó el doctor y le extrajo la muela enferma. El dolor disminuyó rápidamente y el general se tranquilizó. Cumplida su misión y cobrados los honorarios, el doctor subió a su calesa y se dispuso a volver a su consulta. En el portón se tropezó con el mayordomo, que estaba junto a la verja concentrado en sus pensamientos, mirando distraídamente al suelo. A juzgar por las arrugas que surcaban su frente y por la expresión de su mirada, sus pensamientos eran sombríos y mortificantes ...


- Tordov ... Cinchkii ... - farfullaba. Arnsov ... Bocadskii ...


- ¡Iván Evseich! - lo llamó el médico. ¿No podrías venderme una carretada de avena? Nuestros campesinos suelen ofrecérmela barata, pero es de muy mala calidad ...


El mayordomo miró inexpresivamente al doctor, esbozó una sonrisa triunfal y, sin responder una sola palabra, alzó los brazos al cielo y echó a correr hacia la casa con más rapidez que si lo estuviera persiguiendo un perro furioso.


- ¡Ya lo tengo, Excelencia! - gritó con la voz alterada por la alegría mientras entraba en tromba en el despacho del general. ¡Ya lo tengo, ¡Que Dios bendiga al doctor! ¡Avénnikov! ¡Avénnikov es el apellido del aduanero! ¡Avénnikov, Excelencia! ... ¡Mándele el telegrama a ese nombre!


  • ¡A buenas horas mangas verdes!- dijo el general con gesto desdeñoso mientras le hacía una higa al mayordomo. Maldita la falta me hace ahora tu apellido caballar. ¡A buenas horas!


——————————————————-——————————————————-———————————————————


PS. Este es uno de los textos rusos más difíciles de traducir con los que me he tropezado porque si se respetan los patronímicos rusos la traducción pierde sentido en español, de ahí que al final optara por españolizar los vocablos "caballares" rusos. Espero que para bien.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog