Toros de nuevo por fin


Mis padres, mis abuelos, mis tíos y muchos amigos de mi familia debieron ser unos sanguinarios irresponsables porque solían llevarme a los toros en el Coliseo balear desde que cumplí siete años. No tengo memorias muy concretas de muchas corridas, pero sí recuerdo perfectamente la profunda impresión que me produjo ver el primer paseíllo que presencié atónito: fue una mezcla del estupor y alegría que lo inesperado suscita; en los años cincuenta no había televisión y yo tenía la idea equivocada de que una corrida de toros consistía en una lucha física entre hombres y toros, de manera que al ver el lento desfile de decenas de hombres ataviados de manera insólita, diferente y sorprendente me impresionó muchísimo, como también lo hizo la impresionante salida del primer toro que vi lidiar en mi vida. La suerte de picar, la de banderillas, la suprema, el estruendo de la banda de música, la insistencia del público agitando pañuelos blancos, todo me impresionó profundamente. Inútil decir que a partir de entonces siempre tuve a un irresponsable sanguinario dispuesto a introducirme en los numerosos misterios de un espectáculo que hoy me sigue sorprendiendo y fascinando, hasta el punto de que lo que más he echado de menos durante el largo confinamiento ha sido el no poder ir a las corridas de Las Ventas ni asistir a los Sanfermines como era mi costumbre.


Ayer volví a presenciar una corrida en la plaza Las Ventas tras dos años de abstinencia forzada. En cierto sentido, fue como si recuperara felizmente las sensaciones remotas del sorprendente esplendor de la primera fiesta que vi hace ya setenta años, enriquecidas hoy por algunos conocimientos acumulados y por los que me aportó la compañía en el palco de la Gran Peña de un gran aficionado andaluz con el que me alegró mucho coincidir en casi todas sus sagaces apreciaciones. Ayer no hubo trofeos (no se dio una sola vuelta al ruedo) y, aún así, la corrida no pudo ser más entretenida e interesante: se premiaron con ovaciones muchos de los lances que tanto los toreros como los picadores y subalternos prodigaron, sin olvidar la que recibieron merecidamente los carpinteros de la plaza, que repararon en muy poco tiempo un burladero que la tremenda tarascada de un ejemplar de 600 kilos había destrozado. Me alegró particularmente constatar una vez más el conocimiento de la mayoría de los aficionados madrileños: premiar con una sonora ovación el simple y único pase de un subalterno que colocó al toro perfectamente en la suerte de banderillas revela un conocimiento que sólo puedo comparar con el de los aficionados de Bayona, uno de los cuales me señaló una tarde que la vuelta al ruedo de Enrique Ponce tras una espléndida faena era "très chic"; mi ignorancia me había impedido hasta entonces disfrutar del hecho de que el maestro la diera sosteniendo el capote con sólo tres dedos. También me alegró oír ayer cómo uno de los aficionados del 7 aprovechó un momento de silencio para gritar "mucho torero y poco empresario", lo que fue acogido con una sonora ovación.


Hoy la fiesta está en peligro por esa letal combinación de socialistas y comunistas. Como escribí hace unos años "Ser sanguinario al lado de Picasso, Lorca y Ortega no está mal”, ha declarado el barón Garel-Jones en “ABC”. No ha citado a Alberti, Bergamín, Celaya, Crémer, Gerardo Diego, Guillén, Hemingway, Laín, Montherlant, Pérez de Ayala, Valle-Inclán, Villalón y otros muchos paletos sanguinarios amantes de los toros, incluidos los franchutes; será porque los cultos y sensibles son los diputats del parlament catalá y tantos otros gallomustios, tuercebotas, subvenidos y tontilones que viven de rebañar el presupuesto. Ésos sí que saben".

Comentarios

  1. Me has hecho recordar la primera corrida seria a la que asistí (anteriormente desde los tres o cuatro años, en barrera, tras mi padre, médico de toreros, que se sentaba sobre un burladero con otro médico, un practicante, dos veterinarios; si supiera hacerlo, adjuntaría foto), los hermanos Peralta, Antonio Borrero (Chamaco) y no recuerdo a los otros.
    Ser torero es ser español, y los españoles, en mayoría irremediable para los detractores que coaccionan (impiden a aquellos hacer lo que quieren que no está prohibido, como es que haya corridas) son amantes de toros y toreros y, si no, a referendum, a ver que resulta.

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