2022


Hay quienes piensan que el 2022 conllevará un cambio radical en las relaciones internacionales en particular y en el panorama socioeconómico mundial en general, un cambio que podría producir un cataclismo insólito.


Algunos sostienen que en la primavera del año que viene finalizará la pandemia provocada por el COVID, otros que se recrudecerá; muchos piensan que China acabará engulliendo a Taiwán y que el decrépito presidente de los Estados Unidos será incapaz de reaccionar. Algunos economistas auguran un deterioro grave de una situación económica mundial que ya hoy presenta síntomas preocupantes de inestabilidad.


Algunos vaticinan que la Unión Europea acentuará su declive hasta caer en la irrelevancia en la escena internacional, como ha ocurrido en el caso español y otros pronostican la desaparición de la OTAN, el auge de la Federación rusa y un nuevo diseño del orden económico internacional. Quienes ven avecinarse esos cambios radicales son herederos de aquellos que vaticinaron el terremoto que se produjo en 1938 y tal vez estén en lo cierto, con la diferencia de que hoy parece más posible que entonces que el cambio tenga consecuencias aún más profundas, susceptibles de afectar a la vida cotidiana de millones de personas.


Los países occidentales dilapidan energías en proyectos inanes de igualdad de género, destrucción de legados culturales ancestrales y esfuerzos inútiles en pos de una igualdad impuesta a través de mecanismos de desigualdad. Inútil decir que hay dirigentes de países muy poderosos que toman buena nota de la indigencia mental de sus colegas occidentales para, en su momento, actuar en consecuencia.


No sé si las premoniciones de muchos analistas solventes sobre lo que se producirá en 2022 acabarán cumpliéndose. Lo que si sé es que no parece improbable que así sea.

Comentarios

  1. Por desgracia el futuro no es nada halagüeño y lo peor es la idioticia de la población.

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