El portugués, las razas, los cuervos

Mia Couto

Traducción del afroportugués de Melitón Cardona


Por esta vez pongo el nombre: Américo. Nacido y recapitulado en Portugal. Para ser preciso, un indígena. Nunca salió de su naturalidad, con sus pies inmaculados, vírgenes de caminos. Ni a Europa había ido, según sus palabras.


He dado nombre al personaje para que no haya sombra de dudas. Y eso que prefiero que me acusen de invenciones. Dispenso de polémicas, ando en ahorros de alma. En definitiva, mantengo el principio: contra argumentos no hay hechos que valgan. Y volvamos a Américo antes de que el plumín se enfríe.


Resulta que nuestro hombre cerró su destino para equilibrarlo. Y decidió: iría a África a aumentar de vida. Medidas las consecuencias, puso rumbo a Mozambique, llevando más temores que equipaje. Hombre de paz, rezaba para que el máximo posible de nada le sucediese. "No quiero problemas con nadie", avanzaba él, ondeando respetuosos cumplidos con ojos de salutaciones cordiales.


Apenas instalado, entró en contacto con un viejo amigo, veterano cooperante. Américo quería recibir instrucciones sobre el ambiente, sintonizar su existencia con su tierra de acogida, pero el amigo le espetó de repente:


- ¿No has leído el periódico?


Era un aviso: si no quería ser tachado de racista tenía que llevar pasajeros de balde en su coche.


- y ¿si no lo hago?


- Si no lo haces te clasificarán de racista en primer grado. 


-¿Racista?


- Y con derecho a denuncia en el periódico y todo.


Américo tragó saliva. ¿Estaba su amigo de coloquio serio? En general se sabe que hay dos tipos de analfabetizados: los que leen el matutino y los que matutean la lectura. O tal vez su amigo fuera de raza irresuelta. Lo que hoy día más abunda es gente de mucha piel. Parece que el pueblo va librándose de la dolencia. La epidermia, se dice, abunda mucho-mucho entre gentes de decisión asentada.


- Si no me crees, lee tú mismo el periódico.


Desde entonces, Américo tardó cada vez más en llegar al trabajo. Su furgoneta iba parando de esquina en esquina ofreciendo simpatías y trayectos gratuitos. Incluso cuando andaba sobrecargada, iba parando para dar explicaciones. Tenían que comprender que no era discriminación sino falta de espacio. En todo el mundo hay problemas de espacio, incluso en los países socialistas.


Y así pasaban los días, sobrecargados, hasta que la furgoneta reclamó reparación con aflicción reumática. Américo aprovechó la pausa para volver a consultar a su amigo. Estaba confuso, él que iba en busca de tranquilidad. Anunció con suspiro de vencido:


- Estoy cansado. Voy a empezar a ir a pie.


"Ahora es demasiado tarde", le replicó su amigo. "Todos te reconocen como benefactor; no puedes parar; de lo contrario te descalificarán".


El portugués regresó a su casa cargado de hombros y siguió recogiendo peatones hasta que un día, deslizándose la furgoneta por el asfalto, le ordenaron parar. El policía de tráfico nunca había visto un vehículo tan abarrotado, algo que hubiera dado pena hasta a las sardinas en lata. El agente de la autoridad sólo contemplaba a Américo en el contexto de una actividad ilegal.


- Usted es un transportista fraudulento. Enséñeme los papeles.


Escalofriado, el portugués lo negó, explayándose en disculpas. Había un problema: allí nadie pagaba nada, le explicó al agente.


- Ni yo quiero que me pague - respondió el policía incorruptible.


- No me refiero a usted; me refiero a estas gentes. Las llevo de balde.


El lusitano sudaba y la mandioca le provocaba acidez. Fue entonces cuando uno de los pasajeros intervino, sugiriendo al guardia que se apresurara a resolver.


- Es mejor dejarlo correr, señor guardia. ¿Usted sabe a quién pertenece este vehículo?


El agente estaba ya en régimen de duda no metódica. El pasajero, sin esperar respuesta, apuntó hacia arriba. Américo, admirado, contempló el cielo en busca de su altísimo y presunto propietario, pero nada, apenas el inocente azul. ¿O sería aquella bandada de cuervos, girando en círculos voraces sobre la ciudad? El portugués se interrogó si habría alguna superstición que afectara a tales pájaros.


El pasajero le insistía al policía: lo mejor es no causar problemas y el vehículo, despedido, pasó el control. No se pida explicación porque lo imposible campa a sus anchas. El pobre Américo sigue cifrando en los cuervos la clave del enigma.


Dicen que ahora él pasa de lado despacio, cubierto con un bonete. ¿Qué es un auténtico conductor centesimal? No se sabe. Aprendamos del camaleón, que nunca tropieza cuando huye.


El mundo, queridos amigos, no está al alcance de las palabras. Yo me pregunto: de tanto gritar "¡Abajo la explotación!", ¿será que sólo los bajitos pasan a ser explotados? Negativo: ni los más altos se libran. Volvamos a Américo antes de que se enardezca. ¿Habría aprendido el sabio dicho "abeja mansa no hace miel"? 


En el barrio no hay quien no conozca sus populosos viajes ni quien no le haya visto en un control de tráfico apuntando al cielo como último argumento, aparezcan o no los mencionados cuervos.

Comentarios

  1. Qué grande Couto y qué traducción tan de “ afro”. Nos ha encantado!!🤗🤗😘💐

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