En torno a la fiesta nacional


Tras muchas cavilaciones y no menos rectificaciones, he llegado a la conclusión de que quienes se oponen a la fiesta de los toros lo hacen porque no tienen una idea cabal del espectáculo ni de sus innumerables matices: suelen poner el foco en árboles muy determinados y eso les impide ver el bosque. Debe haber honrosas excepciones, pero pienso que han de ser muy escasas, porque el antitaurino parte del supuesto erróneo según el cual el torero abusa ignominiosamente del toro, como si no se jugara la vida en el empeño, algo que las numerosas cogidas que sufren, algunas de ellas mortales, desmienten.


Otra de las razones que explican la hostilidad de muchos a la fiesta es el hecho de que se trata de un espectáculo ritual  minuciosamente reglamentado, algo que repugna al afán anarquizarte del hombre-masa contemporáneo, siempre en busca, a falta de otras razones, de una superioridad moral que trate de compensar su intrínseca mediocridad. Basta citar algunos de los nombres de grandes personalidades amantes de la fiesta para que no quepa duda de la distancia sideral que les separa de los detractores, desde Federico García Lorca y Ortega y Gasset, pasando por Hemingway, Albéniz, Dalí, Picasso, Bergamín, Mariano Fortuny, Vicente Aleixandre, Pérez de Ayala, Marañón, Benavente, Crémer, Gerardo Diego, Celaya, Valle-Inclán, Villalón, Julio Cortázar, Lobo Antunes, Eisenstein, Miguel Barceló y tantos otros paletos sanguinarios amantes de los toros.


Los franceses, que, como es sabido, son muy primitivos e insensibles, han incluido las corridas de toros en su patrimonio cultural mientras los catalanes, que son muy refinados y sensibles, las han prohibido en el ámbito de su comunidad autónoma, aunque siguen permitiendo el crudelísimo ritual de los cargols a la llauna, que consiste en ir achicharrando los moluscos, tan indefensos ellos, con sus retráctiles e inofensivos cuernecitos de gelatina, algo que debe obedecer a esa genética superior que desmiente la mera apariencia de personajes como el Sr. Torra y su nada agraciada familia, un caso de libro de combinación de fealdad física y desaliño indumentario. A este respecto, conviene recordar que el tan celebrado Lluis Companys era muy aficionado a los toros y hay constancia documental de su presencia tanto en la Monumental como en … La Maestranza, lo que da idea de cómo ha degenerado el independentismo catalán con sus personajillos de tres al cuarto que hoy lo desprestigian.


Naturalmente, otra de las causas de la taurofobia imperante es que se trata de la fiesta nacional por excelencia y en la España de las taifas todos los localismos, por minúsculos que sean, son sagrados, salvo el de la Nación que los integra. La aspiración a la insignificancia se halla hoy tan arraigada que son muchos los que prefieren la ruda pobreza estética del correbous al espectáculo deslumbrante de una corrida de toros, con sus brillantes atuendos, su música alegre, su perpetua oscilación entre la gloria artística y la tragedia de la muerte, su complejidad técnica y sus veredictos democráticos para otorgar trofeos cuyo valor económico es insignificante pero su valía simbólica altísima.


Es ya sabido que sin las corridas, que le atribuyen valor económico, el toro de lidia sería una especie tan extinguida como el uro, algo que parece traer al fresco a esos ecologistas de asfalto y salón incapaces de comprender que el ganadero de reses bravas hace más por la preservación del medio ambiente que miles de ecologistas. Tampoco conviene olvidar el impacto económico de la fiesta en la economía local y nacional.


Por último, quiero decir que también tengo la sospecha de que la fiesta, antes patrimonio mayoritario de las clases populares, ha ido haciéndose poco a poco mucho más elitista, lo que explicaría el extraño fenómeno reciente de que las entradas más económicas sean las menos ocupadas y de que los toreros actuales no lo sean para huir de las cornadas del hambre a que aludía El Gallo, porque muchos de entre ellos han nacido en familias muy acomodadas y las cornadas que padecen periódicamente no son, desde luego, para evitar las del hambre. Como dice el maestro Emilio Muñoz, "antes, para torear había que ser pobre; ahora, rico".

Comentarios

  1. Melitón lo coronaría con un ¡Oooole!, y con el recuerdo de aquello de Sánchez Mejías: «El mundo entero es una enorme plaza de toros donde el que no torea embiste».
    Precioso artículo.

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  2. Efectivamente, los detractores son los que embisten, a costa de la libertad de quienes quieren torear y de los que pretenden presenciarlo. Lo de siempre, yo no, pero tu tampoco.

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  3. Enhorabuena por un artículo muy buen escrito, instructivo y que no sólo defiende sino que explica la Fiesta. Servirá también para desasnar?

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  4. Como dice el General, nosotros decimos olé, olé y olé y que vivan los toros y todo lo que significa la Fiesta!
    Lo progre es denigrar lo nuestro y alabar “ el juego de pelota”? Vamos ya! Y aprovechando, feliz Navidad contra directivas progresistas. Y mejor 2022. 💐💐

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