El resentimiento de las feas


Ayer publiqué un artículo en el digital "El Debate" censurando la anunciada aparición de un libro de una funcionaria diplomática, antigua secretaria de Embajada en Kabul, en el que, básicamente, pretendía ningunear la actuación de su embajador y ensalzar la suya propia poniendo de relieve conversaciones y documentación sensible que conoció por razón de su cargo. Inútil decir que mi artículo era sumamente crítico con la pretensión de la bisoña funcionaria.


El artículo mencionado suscitó una docena de comentarios elogiosos y uno crítico. Uno de ellos aludió a la posibilidad de que la diplomática hubiera tratado de transmitir el mensaje de "qué mona soy", lo que me impulsó, sin duda imprudentemente, a comentar "¿mona? Mire bien su foto", un comentario que recibió el reproche de alguien que consideró que sobraba.  Aunque en principio estuve tratado de disculparme o simplemente explicarme, me contuve porque pensé que si generaba una polémica en torno a este punto sería susceptible de dañar el fondo importante de la cuestión y por eso no me pareció conveniente hacerlo.


Ahora bien, una vez evitado el problema, hoy quiero hacer alguna consideración sobre el tema. Me resulta curioso que esté socialmente aceptado censurar los atributos de carácter de las personas pero no así los físicos, sobre todo porque pienso que, muy a menudo, estos últimos determinan los primeros. Ejemplos conocidos son los del resentimiento de las feas y el de los bajitos de estatura. Tal vez por eso, cuando, en cierta ocasión, una periodista me preguntó al entrevistarme qué me hubiera gustado ser de no haber sido diplomático, le contesté sin dudarlo "¡guapo!".

Comentarios

  1. A quien escribe, se le respeta, porque su libertad conlleva decir lo que entiende conviene.

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