Hasta el más tonto lo sabe

José Cuenca (*)


       He nacido en Iznatoraf, un histórico lugar de la Sierra de las Villas, en tierras de Jaén y he pasado parte de mi infancia en Villarrodrigo, rodeado de pinos, en plena Sierra de Segura. Hoy, el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, el más extenso de España, cuenta con más de cien millones de árboles. Una hermosura. Uno de mis cuatro libros dedicados a este bellísimo rincón de nuestra geografía, lo titulé "La Sierra caliente". Porque allí hace calor. Y, de vez en cuando, arde el monte.

       La primera de estas tristes experiencias la viví en mi niñez. El rayo prendió en los pinares de "El Morrón", una tarde de verano. Las campanas de la iglesia tocaron a rebato y todos los vecinos, hombres y mujeres, dirigidos por los guardas forestales, subieron a apagar el fuego. Antes del anochecer lo habían dominado. Porque para combatir las llamas hacen falta todas estas cosas: una alerta inmediata, una acción rápida y eficaz, cortafuegos –los había- bien trazados y un esfuerzo generoso y solidario bajo dirección experta, que concierte todos estos elementos. Eso, como dicen en mi pueblo, hasta el más tonto lo sabe.

      En el campo había ganado que contribuía al control y al equilibrio de la vegetación. Sólo en el ancho espacio Santiago-Pontones pastaban noventa y ocho mil ovejas. Y cabras no digamos. Hoy, la cabaña de ovino ha perdido en toda España casi diez millones de cabezas y, según me dicen mis amigos ganaderos, son más de dos mil las explotaciones de caprino desaparecidas, sobre todo las pequeñas. Una catástrofe. Y algo más. Como ya no contamos con los pastores de antes, los ganados están estabulados. Y así no hay manera. Porque sin el ramoneo de las cabras y el pastar de las ovejas, han proliferado yerbas bordes ahora en expansión, y han aparecido plantas invasoras ajenas a estas tierras. La sierra se ha quedado sin la protección que le brindaban los ganados, que pacían en los valles yerbosos y limpiaban el terreno. Brotes secos y malezas, que arden como yesca, contornan las sendas y caminos. Y basta una colilla para que surja el drama. Eso, hasta el más tonto lo sabe.

       En uno de mis libros, incluyo un relato dedicado al "Mudo de Onsares". Es una historia amarga, con un triste final. Las gentes de la aldea ignoraban que se llamaba Álvaro y le decían simplemente "El Mudo", porque emitía sonidos guturales pero era incapaz de hablar. Sus padres, que iban de paso con una bandada de chiquillos, lo habían abandonado, al comienzo de los años cuarenta, junto al cortijo de una viuda ya mayor, que se lo encontró una mañana junto a un rodalico de amapolas. Y allí creció, con su madre adoptiva, hasta que tuvo edad de trabajar. Entonces se dedicó a recoger piñas, que bajaba al pueblo en grandes sacas de arpillera, para que las mujeres encendiesen las lumbres y avivaran las estufas. De esta forma, con su quehacer sencillo y cotidiano, Álvaro –él no lo sabía- ayudaba a limpiar el monte y prevenir incendios. Porque en caso de que prenda algún chispazo, las piñas actúan como bombas de mano. Hoy, rebuscar piñas o cándalos está castigado por la ley. Consecuencia: los fuegos se propagan con más facilidad, porque avanzan por los suelos encendidos como regueros de pólvora, gracias a la leña muerta que ya nadie se lleva. Y eso, hasta el más tonto lo sabe.

      En diciembre de 2019, tuvimos una gran ayuda en lo que a cambio climático concierne: Greta Thunberg fue invitada a participar en la Cumbre de Madrid. No sé si vino gratis o si le pagamos; aunque, conociendo a mamá Thunberg, tan diestra en las antiguas, discretas y acreditadas mañas de echarle mano al dólar, es posible que algo se llevara. No lo sé. Pero fue providencial contar con la presencia de la niña, como pronto pudieron comprobar los cuatrocientos periodistas convocados para escuchar sus ecobobaditas en una conferencia de prensa donde la muchacha demostró un desparpajo parejo a su ignorancia. Y un punto más actual. Mientras tecleo estas líneas, acabo de leer otra audaz y sorprendente iniciativa, pieza clave en el futuro del ecosistema: Valencia ha destinado cincuenta y ocho mil euros a estudiar la sexualidad del pulpo, otra página importante para profundizar en el equilibrio ecológico y la defensa de la biodiversidad. Por mi parte, considero decisivo añadir a estas dos brillantes ideas –la de Greta y la del pulpo- esta modesta sugerencia: poner en marcha una política inteligente y eficaz para evitar incendios. Y asignarle recursos suficientes. Ni los consejos de la joven sueca ni los amores del pulpo tienen nada que aportar a este objetivo; así que vamos a invertir ese dinero en lo que realmente hace falta: limpiar los cortafuegos, dotar a las cuadrillas del INFOCA y otros organismos semejantes de equipos modernos y adecuados y arbitrar los medios aéreos precisos para combatir una amenaza que es segura, sin fiarlo todo al coraje y la determinación de quienes se juegan la vida intentando corregir los errores que otros cometieron. Porque el año que viene volverá a hacer calor. Como todos los veranos. Y tendremos nuevos fuegos, si no los prevenimos con medidas acertadas. Eso, hasta el más tonto lo sabe.

       En los países europeos de nuestro entorno, cuando surge una calamidad como la que actualmente sufrimos en España –pasan de 275.000 las hectáreas calcinadas en lo que va de año-, lo habitual es convocar al Parlamento, discutir las distintas circunstancias y estudiar si hubo dejadez, falta de colaboración o, simplemente, incompetencia de quienes tenían el deber de velar por los intereses nacionales. Los señores diputados actúan como sigue: examinan los sucesos, debaten las ponencias y deciden que, si procede, se depuren las oportunas responsabilidades. Es lo que reclama el sistema de libertades que impera en la Europa occidental: que los culpables abandonen sus sillones y se vayan a sus casas. Que eso, y no otra cosa, es la democracia. Y hasta el más tonto lo sabe.


(*) Además de haber sido un brillante diplomático, mi buen amigo y compañero el Embajador de España José Cuenca Anaya es, a mi juicio, uno de los mejores prosistas españoles vivos, por lo que recomiendo encarecidamente la lectura de todos sus libros, en particular "La sierra caliente", "La ruta de los monteseros", "La noche de bodas: retratos de Cazorla y Segura" y desde luego "Las mentiras del separatismo".

Por mi parte, añadiré a su artículo que un conocido mío solicitó permiso a determinada Administración autonómica para desbrozar su finca en prevención de posibles incendios. El permiso le fue denegado porque se trataba de "evitar que destruyera jara autóctona" (sic). Pues bien, se declaró un incendio en la finca que calcinó el noventa por ciento de su superficie, incluida la intocable jara autóctona. Supongo que los tribunales tendrán algo que decir sobre la responsabilidad patrimonial de la Administración por el funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos, pero el mal ya está hecho y la solución, si llega, será para las calendas griegas.

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