La senectud


El famoso "De senectute" de Cicerón ("Cato Maior de senectute liber") es uno de los pocos textos que han celebrado la vejez. Trotski, sin embargo, consideraba que la vejez "es la cosa más inesperada de las que le pasan al hombre". Voy a tratar de resumir mi experiencia.


El primer aviso es, en efecto, completamente inesperado: una adolescente te cede el asiento en un autobús. Se trata de un golpe bajo inesperado y cruel que uno encaja con una mezcla de sorpresa, irritación y resignación. A partir de ese momento fatídico tomas conciencia de que no eres lo que crees ser porque cualquier niña inocente es capaz de recordarte aquello de que "pulvus eris et in pulvus reverteris" o lo de "nos, ossos que aquí estamos, pelos vossos esperamos" y que se ha iniciado para ti una cuenta atrás que en realidad empezó a computarse el día que naciste.


A partir de ese momento inolvidable va sucediéndose una serie de acontecimientos menos dramáticos pero que responden a una nueva realidad: repentinas y extemporáneas evocaciones de episodios triviales de tu infancia y adolescencia, rememoraciones detalladas de vivencias hasta entonces enterradas en la memoria, sueños insólitos disparatados y momentos inesperados de una melancolía tenue e inédita.


Un buen día tropiezas con el dintel de la puerta de tu casa; experimentas una contrariedad humillante a la que no das mayor importancia. Meses después amaneces con un temblor agudo en las manos que te impide utilizar la cucharilla del café. Un médico amigo le recomienda a tu mujer que te lleve a urgencias lo antes posible; allí te detectan un hematoma craneal subdural que ha de operarse lo antes posible. La operación es lo de menos porque la anestesia general la hace imperceptible; lo peor llega en forma de sondas humillantes, constantes entradas y salidas de enfermeras, enfermeros, médicos, señoras de la limpieza, menús nada apetecibles y la imposibilidad de fumar. A raíz de la operación descubren que tu tensión arterial es preocupante, de manera que te colocan un incómodo holter durante veinticuatro horas, te someten a varias pruebas, te recetan cuatro píldoras diarias y te conminan a dejar de beber alcohol, algo que te cuesta menos de lo que cabía esperar dada tu inveterada afición a los gintonics cotidianos.


Meses después, vuelves a tropezar y caer, esta vez en la calle. Te auxilian dos ciudadanos y compruebas que no ha sido grave; sólo se ha estropeado la correa de tu Rolex oyster perpetual de 1971, poca cosa si no costara la friolera de 3.200 euros, lo que te hace suponer que el reloj en sí debe costar una suma considerable. La caída no tiene consecuencias en lo físico, pero sí en lo anímico porque es la segunda en un semestre.


Crees que la guinda del pastel consiste en que el propietario de un inmueble que te propones adquirir en una provincia le dice a tu mujer, refiriéndose a ti, "ya le he explicado a su padre" ... aunque peor es aún comprobar al regresar a Madrid que has dejado puestas las llaves de tu piso en la cerradura durante cuarenta y ocho horas, afortunadamente sin consecuencias.


A veces entristece que tu mente relativamente lúcida contraste con tu cuerpo decididamente decadente y que tu bajo nivel de testosterona te reduzca inexorablemente a la triste condición de mirón entusiasta pero inofensivo. Aunque peor sería que la mente se enturbiara.


Hasta aquí mi particular "De senectute", mucho menos halagüeña que la de Cicerón. Senectus ipsa morbus (*), aunque, como explicó Groucho Marx (o tal vez fue Maurice Chevalier), en el fondo, la vejez no está tan mal ... si se considera la alternativa.


(*) Para víctimas de la LOGSE: la propia vejez es una enfermedad.

Comentarios

  1. A mí me pasó lo mismo, lo que más me deprimió no fue que me cedieran el asiento en el tranvía, sino lo que lo agradecí. Un abrazo MANUEL

    ResponderEliminar
  2. Hace unos años iba yo paseando por una urbanizacion de chalets de Altea, y pasé delante de uno de ellos donde había sentaba una niña de tres o cuatro años. Me miró fijamente y mirando hacia los adentros de la casa gritó: "Mamá, mamá, mira, un señor...!" . Entonces me dí cuenta de que además de un señor era, sencillamante, un "mayor". También me han cedido el asiento en algún bus urbano, que gentilmente rechazaba al principio: ahora he llegado incluso a increpar a algún jiovenzuelo para que me lo deje.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog