Un mundo infeliz

No hace mucho escribí en este blog un artículo sobre la intolerable amenaza proferida por la Presidente de la Comisión europea contra uno de los países miembros de la Unión, advirtiendo que "si Italia va contra corriente, tenemos instrumentos como en el caso de Polonia y Hungría", un exabrupto fuera de lugar y, además, falaz, por cuanto los "instrumentos" a los que alude sólo pueden adoptarse por unanimidad. Releyendo mi texto he caído en la cuenta de que si la señora von Der Leyen se pasó, yo me quedé corto.

El hecho de que la salida de tono de la presidente no haya generado una alarma generalizada o incluso una oleada de indignación en los países de la Unión resulta llamativo por cuanto ha tratado de influir en votantes llamados a pronunciarse en unos comicios democráticos;  ni más ni menos. No quiero pensar qué hubiera pasado si la amenaza se hubiera dirigido a un gobierno favorable al aborto, defensor del cambio climático y de la inmigración descontrolada; los medios de comunicación todavía estarían sometiéndonos a un bombardeo de descalificaciones contundentes y jeremiadas al uso pero. como no es el caso, apenas se han hecho eco de la salida de pata de banco de la luterana alemana.


Es significativo que la dama haya utilizado la expresión "contra corriente", porque alude a una tendencia a santificar lo políticamente correcto y denostar aquello que pretende, legítimamente, ponerlo en cuestión. Creo que este es el fondo de la cuestión. Lo políticamente correcto no es el resultado de una decisión democrática sino que pretende elevarse a la categoría de lo metademocrático y por tanto equivale a una forma solapada pero no menos inocua y preocupante de dictadura.

Es sabido que el nivel de formación de las poblaciones de los países desarrollados viene descendiendo desde hace varias décadas y son muchos los estudios que han analizado sus causas y efectos. Basta con leer la prensa cotidiana para constatar la proliferación de despropósitos, malentendidos y errores de bulto en los que incurren muchos periodistas de los considerados solventes. El analfabetismo numérico hace estragos y permite que determinados articulistas utilicen cifras disparatadas. Si a ello se añade el creciente desconocimiento de la cultura clásica el panorama resulta desolador: delenda est monarchia se interpreta como "la monarquía está acabada", se afirma que la ruta de vuelta de Elcano se llevó a cabo atravesando el Canal de Suez (!), se afirma que la población mundial alcanzará la disparatada cifra absurda de 150.000 millones de personas en 2050, se ofertan masters en "Mediterránea antigua" y no son pocos los colegios que dejan de enseñar matemáticas con el peregrino pretexto de que ya se enseña física y química. Si a ello se añade que la enseñanza del latín y del griego es prácticamente marginal, no es de extrañar que el analfabetismo funcional vaya haciendo estragos en una población que si antaño era inculta, de tonta no tenía un pelo.

Ahora bien, si el nivel cultural medio de la población desciende a marchas forzadas, ¿qué decir del ético y del moral?. El relativismo imperante propicia que se acepten como normales aberraciones espantosas como la del aborto ("interrupción voluntaria del embarazo", como si interrumpir no significara poner pausa a lo que puede continuarse). Los desvaríos pretenden justificarse con una teoría del consentimiento que, llevada a sus extremos, conduce a graves anomalías, como si tal consentimiento por sí solo pudiera legitimar el homicidio, la integridad sexual y mental de los menores, la sibilina eutanasia y demás "avances" de nuestro tiempo. Hace muy bien Hungría al imponer a quienes pretenden abortar ver la imagen del feto y escuchar los latidos de su corazón durante quince minutos antes de decidir, algo que la ideología predominante considera una aberración: resulta indecente que se pongan trabas a la adopción y se permita el sacrificio de millones de seres humanos. A este respecto conviene constatar que el denostado Putin tiene razón al menos en algo que denuncia, a saber, la degeneración gradual del Occidente antaño cristiano.

Decía un pensador rumano que no tenía por cierta la existencia de Dios pero sí la de Satán y resulta difícil no estar de acuerdo con su aseveración. El famoso proyecto de la agenda 2030 es básicamente satánico porque lleva a la destrucción de una civilización para implantar un estado de cosas aberrante y contraproducente. No soy partidario de las teorías conspiranoicas, pero no creo ser tan necio como para no percatarme de que el proyecto persigue básicamente despojarnos de los restos de humanidad que nos quedan.

"En la grande polvareda perdimos a Don Beltrán" ... El romance de la pérdida de don Beltrán cuenta la historia de un viejo caballero carolingio que regresa al campo de batalla para buscar entre los cadáveres el cuerpo de su hijo. Una parte de la crítica lo considera derivado del Cantar de Roncesvalles. Pues bien, hoy Don Beltrán es una civilización gestada a lo largo de muchos siglos, dotada de una cultura que ha dado lugar a múltiples frutos y a unos conocimientos que hoy permiten hazañas impensables que el ser humano antes no se atrevía ni a soñar. Todo está en riesgo de desaparición y de ser reemplazado por sociedades anómicas, hedonistas, deshumanizadas y crueles. Todo un regreso a un pasado tribal, brutal, cruel y supersticioso que costó siglos arrumbar.

Me consuela pensar que mi avanzada edad me ahorrará tener que vivir la terrible pesadilla que sin duda se avecina.

Comentarios

  1. Que a nuestro años, cuando más tranquilos y seguros tendríamos que estar, suceda lo que propicia gente incualificada que ocupa el poder es una amenaza o más. Y si eso es a nos, pensemos en los que vienen detrás, para quienes no sabemos que les deparará este presente con el que se forja el futuro.
    Nadie reacciona, en ningún sitio, y los medios de comunicación a lo suyo directa o indirectamente.

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  2. Pues me parece que a los italianos no les ha importado mucho lo que les dijeran desde Europa, cada día menos creible y más débil

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