Un ser extrañísimo

Haciendo gala de ese orgullo satánico que aprendí de los padres jesuitas, hoy quiero informar a mis lectores poco ilustrados e incrédulos sobre la existencia de un ser extraordinario y extrañísimo: no tiene boca ni estómago ni ojos pero puede detectar alimento y también digerirlo. Tampoco tiene brazos ni patas, pero es capaz de moverse y duplicar su tamaño en un solo día. Es capaz de aprender y transmitir conocimiento a otros de su especie aún sin tener cerebro. Si se corta por la mitad, tiene la facultad de poder sanar en apenas dos minutos. Los científicos saben que no se trata de una planta ni de un animal ni de un hongo, aunque actúa como una mezcla de estos dos últimos. En su mundo no hay machos ni hembras sino nada menos que 720 sexos diferentes. Si no es planta ni animal ni hongo, ¿qué es entonces? Pues se trata del "moho de muchas cabezas" (physarum polycephalum), apodado Blob. El sobrenombre de "blob" viene por una película de ciencia ficción de 1958, The Blob, protagonizada por un joven Steve McQueen en el que una forma de vida alienígena, el "blob", consume todo a su paso en una pequeña localidad de Pensilvania.


Según el director del zoológico de París, es uno de los seres más extraordinarios que hay hoy en día en nuestro planeta y uno de los misterios más inescrutables de la naturaleza. Ha estado aquí durante millones de años y todavía no se sabe muy bien si se trata de un animal, de un hongo o de algo entre los dos. Existía en la tierra antes que la aparición de los seres humanos y sigue existiendo hoy en día. Durante mucho tiempo fue considerado un hongo, pero en la década de los noventa del siglo pasado un estudio lo reclasificó en el grupo de los mixomicetos, una subcategoría de la familia de las amebas. Se compone de una sola célula -a veces con muchos núcleos- que puede replicar su ADN y dividirse. Se halla frecuentemente en sitios donde hay descomposición de hojas y troncos de árboles y, en general, en lugares frescos y húmedos. En apariencia es estacionario, pero avanza por el terreno al ritmo de un centímetro por hora en busca de presas como esporas de hongos, bacterias y microbios de las que alimentarse.


Lo que más fascina a los científicos es su capacidad de raciocinio, ya que es capaz de memorizar, de adaptar su comportamiento, de resolver problemas, de orientarse a través de un laberinto, de optimizar soluciones y de comportarse en parte como un animal. Además, cuando se fusiona con otro puede transmitirle su conocimiento. Cuando se expone a un peligro, entra en hibernación y se seca de un modo vegetativo cercano a lo inmortal, según el Centro nacional para la investigación científica de Francia. Incluso se puede poner en el microondas durante unos minutos y añadiéndole unas gotas de agua vuelve a la vida buscando alimentarse y seguir procreando.


Quien me ha comunicado todo lo anterior no ha sido uno de mis amigos científicos, sino uno de los mejores poetas franceses contemporáneos, mi también buen amigo Jean-Louis L., alias Jean Flaminien, la lectura de cuyos poemas recomiendo por su extremada sensibilidad y exquisitez lingüística. Pueden adquirirse en Iberlibro.com o en Amazon.


Por su parte, veo que el inefable papapampero de Roma ha asegurado que "el paradigma vegetal contiene un planteamiento distinto sobre la tierra y el ambiente. Las plantas saben cooperar con el ambiente que les rodea e, incluso cuando compiten, en realidad están cooperando por el bien del ecosistema. Aprendamos de la humildad de las plantas". Ahí queda eso.


La extraordinaria criatura sobre la que versa este artículo cuestiona que seamos la especie más inteligente del planeta y me inclino a pensar que así pueda ser si se tiene en cuenta el predominio generalizado de la ignorancia en nuestras sociedades decadentes.  

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