El quebrantamiento constitucional


La ciencia política considera quebrantamiento constitucional la violación de un texto constitucional sin alterarlo formalmente. Es lo que, precisamente, está pasando hoy en España, aunque el proceso viene de lejos, en el momento en que un vicepresidente socialista proclamó la muerte de Montesquieu y su partido colonizó al efecto el poder judicial: aunque, para ser precisos, la cosa viene de más lejos, porque lo que posibilitó el despropósito fue un diseño constitucional tan alabado como técnica y políticamente defectuoso que hoy está dando sus frutos podridos tras una sucesión de pequeños injertos letales: redujo, imprudentemente, a la mínima expresión las facultades constitucionales de la Jefatura del Estado, permitió la existencia de partidos políticos cuyo fin era y sigue siendo la ruptura del orden constitucional y de la unidad de la Nación y se diseñó un Estado autonómico a la medida de sus aspiraciones. A partir de ahí, una ley orgánica de régimen electoral general inane, contraproducente e injusta remató el despropósito. Por todo lo anterior, no debe extrañar que hoy estemos el pleno proceso de quebrantamiento constitucional liderado por un gobierno contra natura, sin otro propósito que el de consumarlo sin prisa, pero sin pausa.


Pese a que la Constitución española confiere al Rey como Jefe del Estado funciones arbitrales y moderadoras que no son desdeñables, no parece que, de momento, se incline por ejercerlas, tal vez en la dudosa esperanza de que un cambio de gobierno le evite la tarea.


Como el pueblo español ha padecido contiendas civiles diversas en los últimos dos siglos, se diría que hoy no está por la labor de empeñarse en otra y sí por la tener la fiesta en paz a costa de lo que sea, como un amigo mío perspicaz e ilustrado viene sosteniendo.


Pensándolo bien, tal vez la solución al lamentable estado de cosas actual consistiera redactar una Constitución sensata y en conceder la independencia a los dirigentes de los territorios que dicen desearla para librarnos de la hipoteca permanente con la que gravan nuestra convivencia, con el valor añadido de que constatarían de una vez por todas la inviabilidad política, económica y social de sus ensoñaciones estatalistas. Dudo que aprovecharán la ocasión, siquiera porque son perfectamente conscientes de que sin vampirizar España y fuera de la Unión Europea su proyecto resultaría sencillamente suicida.


Escrito lo anterior, me inclino a pensar que tiene razón mi amigo y que el pueblo español alegre y confiado tragará lo que sea con tal de tener la fiesta en paz mientras pueda seguir disfrutando de una de gambas, una caña y la bazofia de los programas del corazón.

Comentarios

  1. De acuerdo con tu amigo. A la inmensa mayoría de este pueblo nuestro le da igual lo que sea, la prueba es que Sáncjez sigue para arriba

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