Publicado en elLiberal.cat el 25 de enero de 2023.

El independentismo y la manipulación de la Historia

Gonzalo Quintero Olivares (*)


En el ideario formal u ornamental de ERC figura la extensión de su área territorial política a lo que por algunos se ha venido llamando los Països Catalans, que básicamente incluyen, además de Cataluña, Valencia, Baleares, la Franja catalanoparlante de Aragón, y los territorios franceses del Rosellón, el Vallespir y parte de la Cerdaña, que unos llaman “Cataluña francesa” y otros directamente, “Catalunya Nord”. El grado de aceptación del independentismo en cada uno de esos territorios diferentes de Cataluña es dispar, pero oscila entre la mínima expresión y la irrelevancia. ERC está constituida en la Cataluña francesa, pero su presencia no se traduce en cargos públicos relevantes.


Sea como fuere, con motivo del encuentro franco-español de Barcelona, el Presidente de la Generalitat, luego de su descortés abandono de la reunión, tiró de micrófono y reiteró la conocida amenaza de tomar las decisiones que fueran precisas para proseguir el imparable camino hacia la independencia, camino que pasaba por alcanzar una amnistía y, de otra parte, por celebrar un referéndum sobre la autodeterminación, en el cual ( y ahí se inscribe un aspecto especialmente dedicado al Presidente de la República Francesa) también se contaría con extender la consulta a la llamada Catalunya Nord. 


La verdad de lo sucedido en aquellos lejanos años es muy otra, y, comenzando por la conclusión más importante, la pérdida de los territorios catalanes hoy franceses fue, en último término, provocada por decisiones tomadas en Cataluña contra la Monarquía Hispánica. Bien es cierto que la política del Conde-Duque de Olivares y los problemas militares de España habían causado un creciente malestar en Cataluña que culminó con una sublevación que venía gestándose hacia tiempo, y que arrancó con los violentos sucesos del día de Corpus del año 1640 (revuelta de los segadores y asesinato del Virrey). 


A partir de ese momento se encadenaron hechos decisivos: el Conde-Duque quiso dominar la situación militarmente y, ante eso, Pau Claris, un clérigo que era el Presidente de la Generalitat (que nada tenía que ver con la actual) decidió pedir ayuda a Francia, que llevaba tiempo enfrentada a España. El astuto Cardenal Richelieu vio la ocasión de oro para golpear a España y aceptó prestar ayuda a los catalanes a cambio de la sumisión de estos al Rey de Francia, Luis XIII, que luego se traduciría en la decisión del Consejo de Ciento  a propuesta de Pau Claris, de nombrar a Luis XIII Conde de Barcelona, título que ostentaba Felipe IV. El hijo de Luis XIII, y sobrino de Felipe IV, Luis XIV también mantuvo frente a su tío el título de conde de Barcelona.


La continuación de la historia fue pésima para Cataluña, porque los reyes-condes franceses resultaron ser mucho más duros que el rey español, llegándose con Luis XIV al máximo de anulación de  las instituciones y el derecho catalán, además de imponer el francés como única lengua oficial. No es difícil entender que muchos catalanes comprendieran que el abandono de la Monarquía Hispánica había sido un mal negocio y un grave retroceso en todos los órdenes, incluido el económico, porque la Francia de Richelieu y, luego, de Mazarino, no tenía el menor propósito de admitir un status diferenciado para los catalanes: quedándose Cataluña se cobraban la deuda de la ayuda militar contra Felipe IV.


Doce años duraría la presencia francesa en Cataluña. Paulatinamente se había enfriado el conflicto militar entre España y Francia. Felipe IV, por supuesto, nunca renunció al Condado de Barcelona, y finalmente, aprovechando el creciente sentimiento antifrancés de la mayoría de los catalanes emprendió la recuperación militar del territorio, y las tropas comandadas por Juan José de Austria entraron en Barcelona en 1651 con la complacencia de sus habitantes. 


Pero el conflicto hispanofrancés continuaba abierto, y, en lo que se refiere a los territorios citados al principio, la presencia francesa continuaba sin alteración desde que en 1640 se posesionaron del Condado de Barcelona, recordemos, a petición de Claris y otros notables. Precisamente por eso la interpretación que se ha de hacer del Tratado o Paz de los Pirineos, en cuya virtud España cedía una serie de enclaves a Francia y Francia devolvía algunas de las posesiones arrebatadas a España durante la guerra de los Treinta Años,  concluida en 1648, no ha de confundir los términos del acuerdo, pues en lo que concierne a los citados territorios del Rosellón, Vallespir, Conflent, Capcir y parte de la Cerdaña, España no entregaba algo, sino que se veía obligada a aceptar que los franceses, que se habían posesionado de aquellos lugares a raíz de haberse instalado en ellos a partir de 1640, se quedaran definitivamente con ellos puesto que en manera alguna estaban dispuestos a marcharse. 


No es difícil captar la diferencia entre una y otra versión de los hechos, para el independentismo, España dispuso de un trozo de Cataluña para salvar sus intereses, ajenos a los catalanes, pero la realidad es que los que en un momento dado podían hablar en nombre de Cataluña fueron los que consciente o inconscientemente entregaron a Francia una posición de poder que permitió al Rey francés, que se consideraba también Conde de Barcelona, aposentarse en una parte del territorio y negarse a abandonarlo.


La actitud francesa en aquellos años del “condado” de los dos Luises se traduciría, cuarenta y dos años después, en importante medida, en la Guerra de Sucesión y el rechazo a Felipe V, descendiente de Luis XIV, por una importante parte de los catalanes, partidarios de un Habsburgo, el Archiduque de Austria, antes que un odiado francés y Borbón. Para el independentismo es dogma de fe que esa Guerra de Sucesión fue en realidad una guerra de España contra Cataluña. Pero esa es, también, una manipulación interesada de la Historia, por más que se considere herético sostener lo contrario, o  cuestionar que el 11 de septiembre de 1714 fue  la culminación del enfrentamiento entre Cataluña y España, cuando solo fue, y no es poco, el fin de una guerra entre austracistas y borbónicos en la que no solo intervinieron españoles, sino también ingleses, franceses y holandeses, y con partidarios de unos u otros tanto fuera como dentro de Cataluña. Pero en torno a esa fecha se ha creado el mito de que marcó el final de una Cataluña anterior, diferente y mejor, destrozada por Felipe V. Y tampoco es verdad.


(*) Catedrático de Derecho penal y abogado.

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