Plácido


Ayer volví a ver por enésima vez la película "Plácido" de Berlanga, con guión del propio director y de Rafael Azcona.


Más allá del improbable y tal vez indeseado amasijo de realismo y surrealismo, de la magistral interpretación de actores que perduraron durante décadas y de la crítica social implícita de una sociedad aún poco avanzada pero a punto de instalarse en la modernidad desarrollista, me llamó mucho la atención no haber caído antes en la cuenta de algo que hoy me ha parecido tan relevante como inquietante: el personaje de Plácido, magníficamente interpretado por un actor generalmente infravalorado como Cassen, trata por todos los medios de cumplir con su obligación de pagar la letra de su medio de vida, su motocarro, que vence el día de Nochebuena, para lo que remueve Roma con Santiago provocando la irritación de muchos; hoy día, el mismo personaje no sólo no se esforzaría en cumplir con esa obligación, sino que procuraría por todos los medios incumplirla, algo que da qué pensar sobre la degradación moral de una sociedad hoy habituada a la cultura del pelotazo, del pillaje y de la subvención e inmersa en la difuminación progresiva de valores morales antes sacrosantos: es algo que me ha perturbado porque se me antoja una regresión a la picaresca de siglos pasados, por no hablar de la que está, sin duda, por venir.


La angustia del personaje para hacer honor a su obligación contraída contrasta con el despropósito bienintenicionado de los biempensantes de la película, empeñados en sentar a un pobre a su mesa con motivo de la Nochebuena, un gesto tan simbólico como inútil, pero fortificante en el sentido de creer ser susceptible de mitigar la mala conciencia de ciertos miembros de determinada clase social poco boyante aunque consciente de una culpabilidad difusa que cree poder expiar mediante un gesto insólito, aislado y efímero.


Creo que "Plácido" es una obra maestra que merece ser reivindicada hoy.

Comentarios

Entradas populares de este blog