Votar el mal menor


"Votaré contra el que hay sin ilusión por el que venga, como ya hace tantos comicios", me escribe una amiga con la que estoy de acuerdo. Me resulta incomprensible la actitud pueril e irresponsable de los dirigentes del partido popular, empeñados en minusvalorar al partido que podría hacer factible su acceso al gobierno de España. Parecen empeñados en crujir a Vox en las elecciones generales, pero ocurre que si Vox se desploma, Feijoo no podrá gobernar y ni siquiera hará falta un batacazo para los de Abascal: bastará con que bajen dos puntos en porcentaje de voto y pasen de tercera a cuarta fuerza política, por detrás de Sumar, para que el último diputado de la mayoría de las provincias de tamaño medio vaya a Yolanda Díaz, que, por fortuna, también parece empeñada en una campaña errática y contraproducente.


Todo lo anterior da idea del bajísimo nivel de nuestra clase política, compuesta por individuos que, fuera de la política y con muy escasas excepciones, tendrían que conformarse con puestos subalternos en cualquier organización, por lo que tiene razón mi amiga cuando dice que no tiene ilusión por lo que pueda venir y creo tenerla yo si afirmo que nada radicalmente bueno puede esperarse de quienes se hagan con el poder dentro de quince días.


La evidente decadencia de España es el resultado de un diseño constitucional disparatado, agravado por una ley electoral inane y por un poder judicial cuando menos servil. Toda acción de gobierno que no corrija estos tres despropósitos perpetuará una situación que necesariamente tenderá a agravarse y no parece que quienes se hagan con el poder en un futuro próximo estén por la labor: de ahí que uno se vea obligado a votar el mal menor.

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