Carta abierta a Su Santidad Francisco, el "Papa ecologista"


Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y a la ciencia, lo que es de la ciencia.


22/10/2023 - 15:26


Beatísimo Padre:


Como hijo de la Iglesia Católica, biólogo y profesor, he leído con suma atención e interés su reciente Exhortación Apostólica Laudate Deum que me ha sumido en la confusión al ver mezclados con los conceptos del "cambio climático", otros de naturaleza tan diversa como la contaminación de origen antropogénico, la deforestación de las selvas y los aspectos económicos y sociales derivados de la llamada "era industrial".


Sobre temas tan complejos, controvertidos, y discutidos, especialmente en los últimos momentos de la actualidad científica, cuando cada vez son más las voces de los científicos discrepantes con el rodillo de lo políticamente correcto, y de quienes objetan los modelos puramente informáticos no pasados por el filtro de la experimentación rigurosa, los asesores de Su Santidad parecen asumir la práctica totalidad de las proposiciones procedentes de llamado Panel Intergubernamental del Cambio Climático, de manera que quedamos excluidos de manera taxativa quienes discrepamos de los mismos.


Parece que, ante la suma de argumentos referida, Su Santidad ha asumido candorosamente y de manera acrítica las propuestas de algunos de sus asesores que coinciden con el globalismo actual, propuestas muy poco o nada compatibles con la antropología cristiana.


Es muy grande la suma de intereses que confluyen en las consideraciones y argumentos de los defensores a ultranza de la llamada "emergencia climática" y de sus posibles soluciones, algunas verdaderamente demoledoras para el bienestar económico y social precisamente de los más desfavorecidos.


Es ingente la suma de recursos necesaria para satisfacer las aspiraciones de quienes plantean con amenazas catastrofistas la necesidad de una evolución industrial en la que el dióxido de carbono se presenta como el gran culpable de todos los males ambientales. La reciente erupción submarina del volcán Hunga Tonga ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de incluir otros factores, como el vapor de agua entre los gases de efecto invernadero más influyentes en los ciclos climáticos.


A la hora de estudiar el clima y sus variaciones históricas la ciencia se encuentra ante un verdadero rompecabezas que viene a resultar engañosamente simplificado en los modelos de ordenador presentados por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático y otros foros similares. Como cabía esperar de tales simplificaciones, ninguna de las predicciones catastróficas anunciadas, con fechas límite incluidas, se ha cumplido hasta este momento, lo que mueve a exigir al menos la aplicación del principio de la duda.


De ese principio de la duda razonable, quedamos excluidos en la exhortación Laudate Deum los investigadores y profesionales que planteamos objeciones a lo que llaman "verdad incómoda" los catastrofistas. Para quienes manifestamos el mayor respeto por todo lo que se refiera a la religión cristiana, esta exclusión nos conduce al desconcierto y la tristeza.


Al menos deberíamos recordar a San Roberto Belarmino, que participó en el proceso de Galileo, que como él era heliocentrista, y que le propuso que presentara su teoría como simple hipótesis para hacerla más asumible por los contrarios, a lo que Galileo, con la pureza que debe caracterizar a la Ciencia, se negó rotundamente.


Falta mucho por estudiar sobre el clima de nuestro planeta y sobre los factores que lo regulan. De hecho, en los últimos meses han comenzado a revisarse científicamente algunos postulados que los presentadores de la teoría de la "emergencia climática" planteaban como irrefutables. También las gigantescas inversiones para la "transición energética" y los beneficios que vienen obteniendo los adoradores del becerro de oro, siempre en perjuicio de los pobres, despiertan en científicos y políticos cada vez mayores suspicacias.


Por todo ello, se agradecería en tales circunstancias la máxima prudencia en las declaraciones de los asesores de Su Santidad, prudencia que sería muy tranquilizadora para los creyentes.


Hace siglos que se dieron por superadas las discrepancias entre Religión y Ciencia que se habían desterrado como consecuencia del avance vertiginoso de la llamada revolución científica. La prudencia y mesura desarrolladas por ambas partes condujeron al entendimiento, fomentado por científicos tan relevantes como Claude Bernard, incluso a pesar de la posterior eclosión de Darwin y el llamado evolucionismo.


Sería verdaderamente lamentable que la admisión acrítica y prácticamente literal de los postulados del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, por parte de los asesores de Su Santidad, reabriera viejas y superadas polémicas.


Implora su bendición apostólica,


Miguel del Pino Luengo, Catedrático de Ciencias Naturales.


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