Mi querida amiga Sandra
Evocación aproximada
Mi querida amiga Sandra me pregunta hoy lo que de mi infancia recuerdo y es claramente una gabardina minúscula y carísima de una excepcional elegancia, regalo de mis tíos Juan y Antonia, prenda que lucí en el Paseo del Borne repetidamente en días primaverales.
Fui un niño serio y aplicado, de pelo corto bien rapado y zapatos Gorila bien lustrados. Algo redicho y esquivo, poco dado al besuqueo y la conversación, atractivo y pulcro, cuidadoso, prudente, un ejemplo ambulante de necio en potencia carente de pretensiones y rizos y un tanto sí como no.
Recuerdo el primer examen de mi vida en el venerable Colegio de las Madres Trinitarias. Versó sobre el descubrimiento de América y fue presenciado por mi abuelo Melitón sin que separa precisar si fue celebrado posteriormente con un chocolate con ensaimadas o se pasó sin pena ni gloria aunque con cordiales felicitaciones abrumadoras pues no lo tengo en la memoria y de esto hace nada menos que setenta y dos años. Ahí es nada.
El Colegio sigue estando en la calle de Verí, que en mallorquín significa veneno, pero las monjas trinitarias y sus palacios ya no quedan, sólo piedras y nostalgias y difusas polvaredas.
Pues sí, la infancia fue. Ahora mismo escucho a un tal Rufián y nada parece merecer la pena.
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